jueves, 28 de noviembre de 2013

El viaje de estudios

Cuando estaba empezando a preparar el viaje de estudios, le pregunté tímidamente a la directora del instituto qué presupuesto por alumno teníamos. No porque lo fuese a pagar el centro, sino para calcular en base a un intervalo de precios razonable. Ella me dijo que no me preocupase demasiado por esa cuestión: "¡El año pasado hubo incluso un alumno que fue a tres viajes de estudios!". Yo le hice caso, porque soy idiota y porque creer que el dinero crece en los árboles me hacía la vida más fácil.

Creo que por aquel entonces ya había pedido a mis alumnos que hiciesen una redacción sobre sus familias, y ya había descubierto que algunos de ellos tienen tres renglones de hermanos. Al menos los míos saben cuántos son, la profesora de primaria del colegio de al lado nos contaba que una vez preguntó a uno de sus alumnos cuantos hermanos tenía y el chiquillo no fue capaz de calcularlo. Pero yo seguí adelante con mi viaje de estudios, partiendo de la base de que todo el mundo podía pagarlo, aunque por si acaso preferí no llegar muy lejos (un fondo de tacañería siempre queda).

Ahora que me están devolviendo las autorizaciones veo que la gran mayoría de los alumnos lo pueden pagar sin problemas, e incluso alguno de los de los tres renglones. Pero sospecho que al menos dos de mis alumnos, ambos estupendos, más bien tímidos, uno con un nivel de español excelente y la otra aceptable, los dos muy motivados y participativos, se van a quedar en Francia porque sus familias no tienen ni un duro (o ni un franco). Estamos intentando mover algunas subvenciones, pero en todo caso no cubrirán el importe íntegro del viaje. Por no mentar la soga en la clase del ahorcado, he decidido no colgar en el corcho del aula el mapa de las ciudades que vamos a visitar, ni hacer orbitar muchas actividades en torno al viaje de estudios.

Ninguno de los alumnos paga todo el importe del viaje. Se les descuentan unos 70 euros, de los cuales el equivalente a la AMPA pone cincuenta. Esos euros salen de las propias familias que contribuyen con unos 13 euros anuales. Al final más o menos el saldo es que ellos se lo guisan y ellos se lo comen: a principios de cada curso depositan el AMPA el dinero que, reuniones mediante, van a recibir ellos mismos uno de estos años. Vale, creo que el dinero no sólo viene de los padres, y que la organización algo más pagará, pero en líneas generales el sistema funciona así. ¿Por qué no aprovecharlo para becar a dos alumnos? Calculando en base a los sesenta que vienen, si a cada uno la AMPA le da treinta euros en vez de cincuenta, 20x60=1200 euros disponibles para becas. Y ya no es que bequemos a dos alumnos, sino que becamos casi a cuatro.

Siempre he visto mal de lejos y esta vez no llevaba puestas las gafas. Cuando he logrado ver con nitidez ya era tarde y todos los presupuestos estaban aprobados. Lo hubiese intentado, pero no sé yo si habría tenido mucho éxito contra la inercia de un sistema en el que estoy de paso y pagada por horas. Lo que sí tengo claro es que me niego a organizar otro viaje de estudios en el que pueda haber alumnos que se queden en tierra por cuestiones económicas. Si vuelvo a ser profesora de idiomas (visto el cariz de la nueva ley educativa me temo que no me quedará otra), organizaré intercambios. Para una familia que ya tiene nueve hijos no creo que le suponga gran cosa ponerle un plato al españolito que viene de visita una semana. Tal vez entonces los niños más pequeños le cojerán cariño y no sabrán si incluirle en su lista de hermanos cuando les pregunte su maestra.

martes, 26 de noviembre de 2013

Cuadernos

Cuentan los ancianos la triste historia del profesor que murió aplastado por las libretas de sus alumnos. Mientras la pila le sepultaba, el hombre preguntábase por qué sería tan cenutrio, por qué no habría calculado antes de pedirlas la cantidad ingente de tiempo y de trabajo que iba a destinar a su corrección. Y al papel, la tinta y el metal se sumaba otra carga, tal vez incluso más pesada: la de saberse hacedor de su propio infortunio. Dicen las gentes que en las noches de luna llena todavía lo ven penando por los alrededores del instituto, arrastrando sus bolsas de libretas cual cadenas de académico fantasma, murmurando insensateces sobre la inminente evaluación.

Al margen del trabajo y de la turra que da corregir cuadernos, el acto tiene algo de obsceno, de invasivo. Hay algo dentro de mí que me dice insistentemente que los cuadernos pertenecen a la esfera de lo privado. Tal vez tenga que ver con mi pasado reciente. En los últimos años de instituto y en todos los de universidad, el cuaderno es algo así como una prolongación del cuerpo de su propietario, y cada uno lo gestiona como le viene en gana. Como si quiere amputárselo, está en su derecho.

Los que somos por naturaleza malcuriosos, nos hemos pasado últimos años  mezclando el Inglés con la Química y la Ética con la Lógica. A veces las hojas se podían reorganizar por fechas, otras por el número de página, en una numeración tantas veces recomenzada que al cabo de un tiempo de subrayados y circulitos pasaba a los números romanos, a las mayúsculas, a las minúsculas y al alfabeto griego. De un día para otro, el bolígrafo cambiaba de color, y casi nunca lo recuperaba.  En cuanto a la caligrafía, algunos de mis compañeros recordarán mi clásica respuesta: te dejo copiarme pero no esperes que te traduzca.  "Esta mala presentación es una mancha en tu expediente" me apostilló en primero de ESO una profesora, antes de devolverme un examen que rondaría el nueve. Yo me reí de su dramatismo, pero por si acaso intenté mostrar mi mejor faceta de alumna seria y aplicada en los cuadernos de su asignatura y de las otras. Pura fachada. Tener unos cuadernos bonitos me parecía un engorro. Eran hipócritas, eran artificiales. Tenía los ojos de mis profesores clavados en la nuca mientras escribía, de ahí no podía salir nada bueno. Aquellas libretas eran estúpidas.

Y ahora las recojo. Malísima idea, no por la montaña sino por la traición que eso supone. Tal vez sobreviva a la avalancha, pero ¿qué vida de alimaña sin principios me esperará después? ¿Se apiadará de mi alma el dios de los zafios? ¿Acaso todos mis profesores de la ESO han sido alumnos caóticos? Tengo aún muchas otras preguntas trascendentales, pero me temo que las tengo que dejar para otra ocasión. Hay algún que otro cuaderno que espera que lo corrija...

martes, 29 de octubre de 2013

María y Marie

María va a tercero de ESO. Este año las cosas no le están yendo demasiado bien. En esta evaluación rondará el tres en Matemáticas, Biología y Física y Química. En Lengua andará por el cuatro. Esas asignaturas se le dan tan mal que sospecha que no será capaz de aprobarlas. En otras le va mucho mejor: en el último examen de Ciencias Sociales ha sacado un siete y medio, y en Inglés puede mostrar orgullosa un par de ochos. En Educación Física y Plástica cree que andará también por el notable. Francés ça va, un seis y medio.

¿Qué futuro le espera a María si todo sigue así? Un futuro bastante incierto. Probablemente este curso repita, y si el año que viene no lo hace mejor irá quedando cada vez más descolgada del sistema. Casi seguro que no hará el bachillerato.

En clase de Francés están carteándose con alumnos de un collège. A María le ha tocado una chica que se llama Marie, y que en vez de ir a tercero va a troisième. Marie pone las tildes para todos lados cuando escribe en español, pero se le entiende bastante bien. En la carta de hoy le recita sus notas, que se parecen sospechosamente a las de María. A pesar de todo, Marie está convencida de que pasará de curso y de que el año que viene irá al lycée. Quiere ir al Lycée General que hay en su ciudad, aunque sabe que su media es un poco justa y tal vez no la cojan. Está intentando mejorar; pero bueno, a una mala, está la opción del Lycée Professionnel.

¿Por qué los índices de fracaso y de abandono escolar son muchísimo mayores en España que en Francia? Porque en Francia no exigen el aprobado en todas las asignaturas para seguir en el sistema. La media es lo que cuenta, y unas notas se compensan con otras. Ni los alumnos son más listos ni los profesores son mejores, simplemente el mecanismo es mucho menos exigente.

¿Podemos importar el sistema francés? No, nos faltan infraestructuras. Si vamos a especializar los bachilleratos necesitamos crear alojamientos para que los alumnos que viven lejos puedan quedarse a dormir en el centro por semana. Necesitamos crear comedores para que estos alumnos puedan hacer vida allí. Para que todo esto rentase convendría aumentar el tamaño de estos nuevos centros especializados. Es una inversión económica gigantesca (además de un cambio de mentalidad también bastante grande: imagino que a la mayor parte de las familias españolas se les atragantaría la idea de que sus hijos de quince años comenzasen a vivir fuera de casa).

¿Podemos hacer menos despiadado el sistema español? Por supuesto. Introduciendo mecanismos de compensación entre asignaturas, por ejemplo. No hace falta ser tan radicales como los franceses (además,su sistema tiene efectos secundarios bastante desagradables), pero una cierta flexibilidad sería beneficiosa. Otra cosa que se podría hacer es emparentar a la FP de grado medio y el Bachillerato.

La próxima carta de María va a sorprender enormemente a Marie, y no sólo porque en ella va a contar que en España los alumnos llaman a los profesores por su nombre de pila y que existe una asignatura que se llama "Religión". Lo que aquí es lógico para todos, allí es una auténtica locura.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Crónica de un mes sin Internet

15 de septiembre
A las tantas de la noche tras un viaje accidentado que incluye una rama en el motor del tren y senderismo sobre las vías cargada de maletas, llego a mi nuevo centro en el que dispongo de una habitación. La inspecciono, la olisqueo, la ducha funciona bien, la moqueta qué se le va a hacer, mis sábanas son el doble de grandes que la cama así que las doblaré por la mitad. Saco el ipod. Varias redes, todas cerradas. Mañana pediré la clave de la wifi del instituto.

16 de septiembre
Pido la clave a los profesores y administradores. Me dicen que no la tienen, pero que la saben los alumnos. Pido la clave a los alumnos. Me dicen que no la tienen, pero que la saben los profesores. Ahora sospecho que lo que pasa es que no hay wifi y nadie se ha enterado.
Los ordenadores de la sala de profesores están censurados por el rectorado y además prefiero no utilizarlos para asuntos personales. El teclado es francés, lo cual es el infierno ortográfico. 
En plan zahorí postmoderno recorro el pueblo buscando redes abiertas. Infructuosamente. Cuando estoy volviendo a la habitación veo un viejecillo con un ordenador portatil sentado en frente de la Oficina de Turismo. Mi ipod me dice que la red está abierta, pero la página me pide una clave de la que carezco. La Oficina de Turismo ya cerró a las cinco de la tarde.

17 de septiembre
En la Oficina de Turismo me dan un mapa, la clave y me indican que puedo consultar Internet fuera del establecimiento. Capto la sutil indirecta. Salgo y le vendo mi alma digital a la empresa que proporciona el punto de wifi. Consulto facebook, correo, periódicos, etc etc etc. Tras haber recibido mi ración diaria de droga digital, vuelvo a mi habitación con una sonrisa.

23 de septiembre
No pierdo el tiempo mirando tonterías por Internet, porque en la maldita plaza donde está la Oficina de Turismo hace un frío que pela y me ha entrado un buen catarro. Como ya he acabado todas las películas y series de mi ordenador dedico mi tiempo a preparar oposiciones y clases y a corregir exámenes. Sin gran cosa que hacer, me acuesto prontísimo y duermo cada día entre nueve y diez horas. Me siento como al margen de la Historia.

30 de septiembre
Por métodos analógicos, he conseguido nuevas series. He cambiado mi tarifa de móvil y tengo llamadas ilimitadas incluso a España. Hace más calor y se puede consultar Internet sin morir demasiado de frío. Buena parte de mi productividad se ha ido al garete. Pero ¿y lo bien que estoy?

9 de octubre
Hablo con mi vecino, que también trabaja en el centro, para pedirle por favor su clave de la wifi. Le explico que son sólo unos numerinos que aparecen en el router, porque el señor no se entera de una. Me dice que tiene el aparato averiado y que no me lo puede dar. Me pregunto cómo un router averiado puede dar señal. Esa misma tarde el informático del centro soluciona el enigma revelándome que no, que lo que el otro señor tiene averiado es el ordenador. Sigo sin la clave.
Los alumnos me miran raro cuando me ven en la plaza de la Oficina de Turismo enfrascada en el ipod.

13 de octubre
Logro acceder a uno de los hotspots que se pillan desde mi habitación. Salto de alegría al ver mi ordenador comunicado, pero echo un poco de menos la vida sencilla y monacal de antaño. ¿Qué va a ser de mí ahora? Ese día me acuesto más allá de medianoche.

14 de octubre
Me levanto con una extraña sensación que mi memoria recuerda lejanamente como "tener sueño". Enciendo el ordenador para leer el periódico con el desayuno. Internet ya no funciona. No, si ya estaba durando demasiado...
Estudio. Doy clases. Corrijo exámenes. Maldigo mi suerte vía telefónica.

16 de octubre
Tras una batalla perdida contra un pincho USB, mi ordenador vuelve a estar comunicado por el mismo sistema de la otra vez. A ver si de esta dura. ¿Cómo será el mundo sin tener catarro?

domingo, 22 de septiembre de 2013

La deferencia

Los alumnos franceses son diferentes. Esperan en fila silenciosa antes de entrar en clase. Cuando están dentro quedan esperando, de pie y sin decir una palabra ante su silla, hasta que reciben la orden de sentarse. Cuando un secretario o un orientador entra en el aula, se ponen de pie inmediatamente (a todo lo anterior casi me he habituado, pero esto aún me da escalofríos). Por suerte, en el comedor de este instituto los profesores no se cuelan sistemáticamente, pero algunos alumnos te ceden el puesto aunque les digas que no. Para dejar la bandeja también lo hacen, retirándose con un respingo si han llegado poco antes que tú. Ejecutan todos estos actos con una enorme sonrisa de placer.

Los alumnos franceses son deferentes. Y no sólo los alumnos. Casi tengo miedo a habituarme a este mundo de algodones sociales y luego hacerme sangre con la aspereza de nuestra cultura. La cordialidad en las relaciones personales con los desconocidos es extrema, todo son cantarinas fórmulas de cortesía y preocupación por el bienestar del otro. Es un universo grato, de colores pastel, aunque a veces un poco vacuo. Hablando con una amiga alemana, el otro día, comentábamos la cantidad de fórmulas que tienen los franceses, la predicibilidad del esqueleto de sus conversaciones. Ella, que trabaja en un camping, se encuentra con que cuando tiene clientes franceses sabe qué decir en cada momento: les muestra la tienda de campaña y exclama “Et voilà !”, ese tipo de cosas. Cuando los clientes son alemanes, en cambio, se encuentra huérfana de fórmulas y asideros, en medio de una noche oscura carente tanto de deliciosas farolitas como de fuegos de artificio. Mi amiga no habla español, pero si lo hiciese se toparía con el mismo problema.

El lenguaje crea mundo y el mundo crea lenguaje. Francia es un vivo reflejo de su lengua, un lugar solemne y confortable, de jerarquías tan claras que se imponen como inevitables. Un país que ha cortado el cuello a sus reyes pero no acierta a prescindir de las puntillas y las pelucas

El paro

Seamos marxistas. ¿Qué es el paro? Me refiero al paro en cuanto a la caza del empleo por tierra, mar y aire. A ese paro que rastrea el trabajo, lo persigue e instala trampas para capturarlo. Ese paro que es el intento casi obsesivo de atraer a tan esquivo animal. No me refiero al paro de los que lo cobran y aprovechan el momento para relajarse, ni al de los que han dado la cacería por imposible, ni al de los que buscan solo superficialmente para guardar las apariencias. Así que, si nos ponemos marxistas, ¿qué es el paro?

Podríamos empezar diciendo que, si el trabajo es la relación esencial del hombre con la naturaleza, el paro es la búsqueda de esa relación. Sin el trabajo el hombre se encuentra asilado. Como el trabajo determina la existencia humana, el demandante de empleo se encuentra indeterminado. Es vago, y los demás lo ven como vago, unas veces desde la vaguedad y otras desde la vagancia.

“¡Un momento”, se podrá decir aquí“, por supuesto que el parado trabaja! ¿No envía acaso currículos todos los días? ¿No se pasea de empresa en empresa? ¿No pasa las horas intentando descubrir qué es lo que falla en su estrategia? El parado trabaja, y vaya si trabaja.” De acuerdo, de cierta manera el parado trabaja. Pero los bienes que produce son muy particulares, porque no tienen ningún valor, ni para él ni para nadie. El fruto de su trabajo es una basura, y aún lo es más en comparación con el fruto del trabajo de los verdaderos trabajadores. La fuerza de trabajo que nuestro parado ha utilizado es infinita en comparación con el valor del bien que produce, porque su valor es cero. En tanto que máquina, el pobre hombre tiene una eficiencia penosa.

No es exagerado compararlo con una máquina. Los trabajadores del sistema económico actual (actual al menos para Marx, aquí todos ustedes pueden sacar a pasear sus reservas) son simples instrumentos del proceso que les esclaviza. Están alienados. La división social les hace desempeñar unos empleos que no tienen nada que ver con sus talentos, y todos los individuos se sienten piezas de un sistema que se les escapa y que les utiliza. El trabajador deposita su ser en objetos de escaso valor, y se siente libre precisamente cuando no está trabajando. El verdadero sentido del trabajo se pierde en el mundo capitalista.

¿Y nuestro amigo el parado? Él también deposita su ser en los objetos que crea. Más que nadie. El fruto de su trabajo incluye su foto, su nombre y su número de teléfono. Habla de lo que ha hecho hasta el momento, a veces de sus planes de futuro. Es la cristalización de su autoconciencia. Y casi siempre acabará en la papelera o en el triturador de documentos. Si tiene suerte tal vez reciba una rápida ojeada y languidezca en mitad de una pila de currículos rivales. Su ser no tiene valor ante la inmisericorde mirada ajena. Sí, el infierno son los demás.

El parado no está alienado. Ni siquiera eso. No se le permite el lujo de formar parte de un proceso malvado y siniestro. Está suprimido, se encuentra al margen. No es nada. Sin naturaleza, sin función, sin sentido, empuja por la ladera de la montaña su bola de currículos sabiendo que luego volverá a caer. Está perdiendo el tiempo y sabe que lo pierde.

Pero lo peor, para el parado, es la ausencia de antagonistas. El proletario marxista tiene siempre a un capitalista a quien odiar. Como sus vecinos también le odian, se sienten todos muy unidos cuando van a trabajar a la fábrica. Es bonito. La comunión que experimentan los “camaradas” obreros que han desarrollado la conciencia de clase tiñe de rosa sus sufrimientos. En cambio, nuestro parado no encuentra ese enemigo común que pueda garantizar su cohesión social. Sólo entidades volátiles que no aciertan a despertar reacciones viscerales. No olvidemos que nuestro parado, al igual que la presa a la que persigue, es un pobre animalillo.

Por supuesto, puedo escribir sobre el paro porque ahora mismo no estoy en él. Con mi bola de currículos apoyada de forma inestable en la cumbre de la montaña, estoy en el único punto se escapa de las lloronas nubes de la conmiseración. Está claro, también, que puedo escribir sobre el paro de esta manera tan sádica porque a él volveré dentro de unos meses.

sábado, 20 de julio de 2013

El simulacro

Estoy habilitada para dar clases de Filosofía en francés y en inglés. Creo que si tuviese que dar clases en España en alguno de estos dos idiomas, lo haría sin problemas. Pero acabo de decidir no apuntarme en la bolsa de interinos de Filosofía de ese país que está del otro lado de los Pirineos.

Por una única razón: los franceses hablan mejor francés que yo. Son cosas que pasan. Suyos son los matices, la precisión lingüística, la riqueza en sinónimos. Por escrito, el problema se multiplica, y me crecen los enanos en forma de tildes y letras repetidas. Los propios franceses cometen muchos errores otrográficos cuando escriben en su lengua, pero eso no me sirve de consuelo si soy yo la que tiene que enseñarles a escribir. Y la Filosofía es, en buena medida, justo eso.

Enseñar Filosofía en otro idioma es un gran reto si se actúa ante hablantes nativos, pero es un bonito simulacro si el escenario está en nuestro país. Un entorno cómodo en el que el profesor no se moja ni los pies. La lengua con la que se trabaja (y con la que se piensa) es pequeña, simple. El resultado es una Filosofía que no busca asegurar el dominio de una lengua, sino el uso aceptable de unas cuantas palabras. La han encogido en pensamiento y lenguaje, ahora es una Filosofía jibarizada.

sábado, 13 de julio de 2013

Watson dixit

“Denme una docena de niños sanos y bien formados, y mi propio entorno específico para educarlos, y yo les garantizo que puedo elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en el tipo de especialista que yo escoja -médico, abogado, artista, hombre de negocios y, sí, incluso mendigo o ladrón- al margen de su talento, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones y raza de sus antepasados”



 Watson, Watson, no disimule. Su maniobra de distracción es brillante, pero con algunos de nosotros no ha funcionado. Confiese ya, ¿qué va usted a hacer con los otros once niños?

lunes, 27 de mayo de 2013

Maletas


Hacer una maleta antes o despues de una escapada de larga duración es una de las actividades más filosóficas que existen. Y hacerla para irse no es lo mismo que hacerla para volver. Antes de partir toca adivinar el futuro, sospechar los golpes del azar, crear un reservorio para mantener la permanencia de lo que eres. Al volver, en cambio, lo que se hace es comprobar la diferencia entre lo que se planeó y lo que se hizo, lo que se previó como importante y en realidad no sirvió para nada, lo que alguna vez se quiso ser y lo que finalmente se ha sido. La maleta que parte se llena sumando. La maleta que vuelve nos obliga a restar.

Son dos actividades opuestas, entre ellas no hay nada en común. Ni siquiera la maleta. Cual río heraclitano, siempre es más grande o más pequeña de lo que recordábamos. Más dura o más blanda. Más hostil o más amable. Cuanto más largo haya sido el viaje, menos se parece el equipaje antiguo al moderno, tanto por dentro como por fuera.

Y hacemos más maletas de lo que pensamos. La primera página de cada cuaderno es siempre una bienintencionada maleta de ida; la última, una raída maleta de vuelta. Unos zapatos nuevos son unos zapatos que van, los zapatos viejos sólo vuelven. El proyecto y la evaluación. Lo que empieza y lo que acaba en medio del cambio constante.

Veamos en qué acaba esta nueva deriva del estar. Ya casi tengo hecha la maleta.

domingo, 19 de mayo de 2013

Disolución

¿Qué supone para España el éxodo masivo de mi generación? Ante todo, una discontinuidad cultural. Cuando los que estamos fuera volvamos, una gran franja de la población hará el huevo frito sin aceite, y a veces escribiendo a ordenador se equivocará y pondrá "q" donde hay "a" y "a" donde hay "q". Comerá a mediodía sin sufrir ni escandalizarse, y a las tres de la mañana de un sábado bostezará porque ya va siendo hora de volver a casa. Se le escaparán los ouis, los yes, los jas; la fatalidad le llevará al "merde !", al "Scheisse!" o al "shit!". Cuando tenga que saludar a alguien no sabrá si dar dos besos, o tres, o cuatro, ni por qué lado empezar, o tal vez estrechará distraídamente la mano o le soltará un abrazo al que menos se lo espere. Lo español se habrá vuelto laxo, diluído.
Es una pérdida de identidad, pero no es el individuo el que la pierde sino su país. Es la nación la que muere un poco, ese ente incorpóreo al que nunca tenemos claro qué valor otorgar.

lunes, 29 de abril de 2013

El extraño o el extranjero (espoiler)

Acabo de leer "L'étranger" de Camus, en francés. Lo recomiendo en su idioma original: es una lectura fácil (frases cortas, vocabulario sencillito) y el esfuerzo se ve recompensado. Y es que tras leerlo en francés hay un pequeño premio: comprender el título.

El extranjero de Camus no es un simple extranjero. Podemos esperar impacientes que el protagonista haga ese viaje a París del que a veces (y con el entusiasmo que lo caracteriza) habla. Esperaremos en vano. Mersault nunca saldrá de Algeria. ¿De qué manera, entonces, ha llegado a ser extranjero? ¿Puede tener que ver con cómo el autor usa la palabra en el texto del libro? ¿O acaso será una metáfora sobre la condición de Mersault?

Rastreando el uso de "étranger" por el libro nos encontramos en que ni una sola vez es posible traducir esa palabra por extranjero. A menos que usemos un circunloquio (pero si usamos un circunloquio podemos llegar a traducirla por lo que nos dé la gana). De forma directa, la palabra española que encaja es "extraño". La vemos en "Il m'a dit qu'il devrait aborder maintenant des questions apparemment étrangères à mon affaire, mais qui peut-être la touchaient de fort près", es decir "El me dijo que debería abordar ahora cuestiones aparentemente extrañas a mis asuntos, pero que tal vez los tocaban de cerca" (en el juicio a Mersault). Como ese uso, todos los demás en el libro.

Mersault, que es un individuo bastante particular, comete un asesinato y acaba siendo condenado a muerte. La palabra "étranger" marca el punto en el que el debate pasa de juzgar obras a juzgar almas, de los actos a la moral. La cuestión que era sólo "aparentemente extraña" a los asuntos de Mersault era su falta de implicación ante todo. Y de forma especial, su insensibilidad el día del funeral de su madre. En el juicio que describe el libro lo moral invade el campo de lo legal, aunque tal vez esas dos cuestiones nunca hayan podido separarse. El protagonista es condenado a muerte por su falta de espíritu más que por sus actos, si bien sus actos han sido los desencadenantes. En cierta forma, es culpable de extranjerismo moral. Pertenece a un país espiritual diferente que los que le rodean. En ese sentido es un extranjero.

En mi edición del libro hay un extracto en la contraportada. Es el momento en que se condena a Mersault a ser guillotinado en una plaza pública en nombre del pueblo francés (sí, es una buena forma de destripar el libro, gracias, editores). ¿Es esto relevante para el título? No mucho. El que sean las leyes francesas las que rigen en la Argelia del protagonista no es especialmente relevante. No le extranjerizan más. La extrañeza de Mersault ante ellas no se debe a la lejanía geográfica de Francia, ni a una reflexión sobre el colonialismo. Lo que dice es que el pueblo francés le parece una "noción imprecisa", tanto como el pueblo chino o el alemán. Es una contingencia al lado de otras contingencias. Francia es una cuestión muy secundaria para el protagonista. Por supuesto, podemos verla como principal, pero no sé si eso arrojaría alguna luz.

La palabra "étranger" significa tanto "extraño" como "extranjero". En español han traducido el título por "El extranjero", pero yo lo hubiese traducido por "El extraño", como han hecho en inglés ("The stranger", y no "The alien", que casi hubiese remitido a ovnis). La palabra francesa recoge una ambigüedad muy rica, pero traducirla como lo han hecho no es la forma de mantenerla, sino de mosquear al lector. "Extraño" no se ajusta a la perfección, pero en todo caso se acerca más que "extranjero".

Sea como sea, si no lo habéis leído, leedlo. Es estupendo.

viernes, 26 de abril de 2013

Épico

Cual minino de Schrödinger, ahora trabajo y no trabajo. Mi contrato aún no ha terminado, pero ya me he despedido de alumnos y profesores. Y es que han llegado las vacaciones escolares (sí, otras más), y con ellas el fin de mis días como auxiliar de conversación.

No soy capaz de encontrar adjetivos para explicar lo que ha sido este año para mí. Estuve un rato largo pensando, y todos los que se me ocurrían encajaban mal. Pensaba en "maravilloso" y lo veía escaso. "Inmejorable" parecía hueco; "emocionante", apagado. Los sonidos son tacaños a veces. Me niego a concederle a este año un rango menor que el de la leyenda, la epopeya. Ha sido un año épico.

Un año épico. Cada día de vida aquí ha sido más interesante que una semana de mi vida anterior. En actividades, en retos, en experiencias, en descubrimientos. He conocido a personas absolutamente increíbles, personas que desaparecerán a partir de mañana mismo. Verdaderos amigos, casi todos auxiliares, casi todos extranjeros. Pero en esta ciudad que es un cruce de caminos, incluso los franceses son un poco extranjeros. Todo el mundo parte. Veré a la ciudad desnudarse de caras amigas, antes de marcharme yo también. Y aunque llegue el verano, el viento será más frío.

Ser auxiliar fue un placer. En siete de mis doce horas de trabajo semanal tuve libertad para hacer más o menos lo que me diese la gana (siempre dentro del sentido común docente, por supuesto). Grupos reducidos, alumnos majísimos. Fue divertido, fue tierno, fue un buen entrenamiento. Tras varias semanas de clase comencé a desarrollar superpoderes de profesora. Sabía, por ejemplo, cuánto tiempo quedaba de clase sin necesidad de mirar el reloj. También cómo estirar o acortar la actividad para que se ajustase al tiempo disponible, medio minuto arriba o abajo. Me sentía feliz e integrada (dentro de mi estrato) en un lycée cómodo, bien diseñado y que funcionaba como un reloj.

Ha sido un año de alegría, de libertad, de independencia. Lo llamaba épico, tal vez viéndolo como un lote de pequeñas batallas. Está la conquista lingüística, la burocrática, y la locativa. Hubo conquista gastronómica, pero esa la perdí yo: la comida francesa me ha conquistado. No es el único elemento que me han conquistado, también lo ha hecho la gente. La mayor parte de las personas que he conocido son estupendas. Son majísimas, sea cual sea la relación o la cercanía: conciudadanos, vecinos, conocidos, alumnos, colegas, amigos.

¿Y ahora qué?

sábado, 13 de abril de 2013

Surrealismo

Ayer traumaticé a unos veinticinco alumnos y a su profesora con los primeros dos minutos de "Un perro andaluz". La secuencia del ojo fue mucho más fulminante de lo que me esperaba, y la exclamación de la profesora de "igual es mejor que lo pares ya..." llegó a mis oídos cuando ya era demasiado tarde. Por suerte.

 Me habían pedido que preparase una clase sobre el surrealismo, y no me iba a quedar en decir que Dalí era un señor que tenía los bigotes muy largos. Los temas tienen sus exigencias, y el surrealismo implica al perro andaluz, a Freud y hasta a las alegorías sexuales de los cuadros de El Bosco. Tampoco iba a escorar la clase hacia el lado de la carnaza, pero eso no me aboca a ir de puntillas evitando rozar todo lo que sea mínimamente transgresor. Si el surrealismo como tal es demasiado fuerte para alumnos de 3º de la ESO, debería escogerse otro tema para tratar en Español y en Historia del Arte. Falsificando la realidad solo lograremos adultos hastiados para los que todas las etapas del arte serán confusas y borrosas.

Este año, si algo he aprendido, es que una clase nunca debe ser aséptica. Debe cambiar, aunque solo sea un poco, la realidad de los alumnos. Ser una vivencia memorable, aunque luego muchos la olviden. Si ahora tuviese que rehacer mi Trabajo Fin de Master, mi innovación no sería algo tan triste como un injerto de viñetas en una esquina de la metodología. Sería la clase de Filosofía como espectáculo. Desde las palabras, desde las imágenes, desde la disposición del aula (cada vez me parece más importante el manejo de los espacios del aula: es la diferencia entre el éxito y el fracaso más absoluto). Desde el papel de los alumnos. La educación es un espectáculo sin cuarta pared, y hay que luchar por mantener esa espectacularidad. Esto no implica falsificar los temas ni rebajar las exigencias. Es un asunto de entusiasmo y de planificación.

viernes, 5 de abril de 2013

Jerarquías

Si el lenguaje nos da una ontología, el francés es socialmente más violento que el español. Es menos igualitario, recuerda a cada instante las diferencias de estatus. Están el madame y el monsieur, está el uso de los apellidos en vez de los nombres, está el tú en vez del vous. Con tanto melindre, el instituto es un cacao.

El lenguaje nos da esa ontología, pero la ontología no se queda en meras palabras. Chorrea desde las fórmulas de cortesía y los giros azucarados, y encharca las miradas, las palabras y las cosas. Todo muy francés. Los estratos sociales están tanto dentro como fuera del lenguaje.

La rutina convierte todo en normal. Cuando el sistema es inmóvil y cada individuo permanece dentro de su estatus, las desigualdades casi se invivibilizan. Es cuando existe un movimiento, cuando se intenta un cambio de estrato, cuando todo chirría. Esta es la crónica de la semana en la que casi fui profesora.

Una profesora de español de mi centro se jubiló. A dos meses de fin de curso y con los alumnos a monte. Desde el centro no encontraron sustituto y me propusieron para el puesto. Finalmente, encontraron a otro profesor, con más experiencia y que además podía incorporarse inmediatamente (yo no podía empezar antes de mayo porque mi contrato de auxiliar sigue vigente), así no me dieron el trabajo. Pero en los momentos en que no había sustituto a la vista y yo parecía la opción definitiva, pude verle las intimidades al sistema. Se materializaron como serios diálogos entre profesoras del departamento, que tuvieron lugar como si yo no estuviese allí. Qué osadía, la de la Dirección, a quién se le ocurre.

El estrato estaba presnte y poco importaba lo que yo dijese y en qué idioma. Era joven e inexperta, y daba igual que tuviese un mes de casi vacaciones para preparar un único mes de clases. Por suerte, algunas profesoras sí confiaron en mí, casualmente las que ya me tomaban en serio antes: me animaron a aceptar el trabajo y me ofrecieron su ayuda en caso de que la necesitase. Las otras, cuando al fin se supo que venía el sustituto, se pusieron a hablar sobre el tema dándome la espalda incluso físicamente. Sin especial maldad, pero sin ningún tacto. El francés es muy gentil, pero los franceses no siempre lo son (con esto no estoy diciendo que los españoles seamos inocentes. Lo que pasa es que ahora yo estoy en Francia).

Al sistema le cuesta trabajo diferenciar entre el ser y el estar, entre el estar trabajando como auxiliar y el ser únicamente eso. En la sala de profesores ya he visto todo lo que tenía que ver. Los alumnos no son menos, y sé que ya manejan demasiado mi nombre de pila para aprenderse también mi apellido y colgarme un "madame". Una mudanza de estrato parece crear conflictos. Menos mal que me queda muy poco para terminar mi contrato. Cuando todo el mundo se olvide de mí, podré volver a ser lo que me dé la gana.

En plein milieu de la rue.

En los quioscos franceses, al menos en los de mi ciudad, hay siempre carteles pequeñitos que anuncian un periódico con pinta sensacionalista. El cartel, que se cambia cada día, difunde en mayúsculas sobrias el que debe de ser el titular más morboso de la jornada. Cosas tipo "Enfant kidnappé retrouvé mort dans la neige". Me pregunto si el cebo no tendrá un efecto disuasorio, si a los clientes no se les caerá la cara de vergüenza al entrar a comprar tan manifiesta carnaza.

Pero esos carteles a veces tienen joyas. Sin ir más lejos, el otro día me tropecé con "Il tue a sa mère en plein milieu de la rue". Es decir "Mata a su madre en medio de la calle". Espectacular. La mitad del cartel la ocupaba el complemento circunstancial, el agravante del caso era el enclave. Mató a su madre, bueno, pero ¿en plein milieu de la rue? Desde luego, a quién se le ocurre, hay ciertas cosas que se deben hacer en privado. Estos matricidas cómo son. Mala gente, sin duda, visto que ni el urbanismo respetan...


miércoles, 20 de marzo de 2013

Cultura general

Hace como una semana, los periódicos españoles mostraron los resultados que los opositores a maestro de primaria obtuvieron en el test de cultura general, y diagnosticaron una penosa falta de conocimientos básicos. Todo el asunto me recordaba a cierto concurso que emitían por televisión hace algunos años. Se titulaba: "¿Sabes más que un niño de primaria?" y su contenido era precisamente lo que el título prometía.

La falta de cultura general se respira (y asfixia) en las facultades de magisterio, aunque evidentemente no todos sus alumnos adolecen de ella. No hace falta un test para detectarla, es suficiente con pulular por allí un tiempo. No es una falta de conocimientos puntuales, es una actitud vital. Pero si se va a intentar luchar contra ella, que al menos se haga de forma seria. Los exámenes que se hicieron a los maestros estaban destinados a detectar si sabían más que un niño de primaria de la misma manera simplona que aquel programa de televisión: agarrando el libro de texto y haciendo las actividades dos, tres y cuatro de la página cincuenta y siete. De ahí que ambos procedimientos tengan idéntico poder diagnóstico.

Me parece un error equiparar la importancia estructural de los conocimientos sobre Lengua, Matemáticas y Conocimiento del medio. Las Matemáticas de Primaria son los ladrillos de la planta baja: si los maestros no saben responder a los problemas y operaciones más simples evidentemente no podrán hacer nada. Tendrán una parálisis matemática permanente, y eso no hay dios que lo solucione. La Lengua de Primaria es el aislamiento y el embellecimiento de las paredes. Si el maestro falla allí su mundo será frío y sórdido, casi angustioso, no merecerá la pena. Es una cuestión estética. El profesor que maneje el lenguaje sin gracia podrá enseñar lengua bien (no como aquel que no sepa matemáticas), pero no enseñará a amar la lengua. El Conocimiento del Medio, en cambio, es una recopilación enciclopédica de anécdotas mal hilvanadas. Son los adoquines de la calle. Un maestro puede no tener en la mente la silueta del Ebro para recitar las provincias por las que pasa, pero puede ser un as a la hora de hacer entender a los niños cómo funciona el mundo. Ver "Cono" de una forma memorística, como un conjunto de retahilas, remite al franquismo y a sus múltiples listas de reyes godos. En este caso el test debería utilizarse de forma inversa, como arma arrojadiza contra la propia materia: ¿estamos enseñando memeces a nuestros niños?

Teniendo en cuenta que los exámenes diagnósticos de conocimiento del medio que se pasan a los alumnos de 4º de Primaria buscan evaluar otro tipo de habilidades (la comprensión y el razonamiento), y que los propios maestros reconocen que sus alumnos no están preparados para ese test, que el examen destinado a seleccionar nuevos profesionales dé valor a lo típico tópico resulta casi gracioso. Si los futuros maestros tienen carencias, el examen de conocimiento del medio que les están haciendo ni las detecta ni les impulsa a solucionarlas. El mecanismo se autoperpetúa, saboteando su propia lucha.Sospecho que el examen de los opositores ha sido diseñado, él mismo, por un maestro de primaria sin mucha cultura general.

lunes, 11 de marzo de 2013

Prácticas

Vuelvo a clase tras más o menos tres semanas de vacaciones. Digo "más o menos tres semanas" porque mi última semana antes de las vacaciones oficiales estuvo medio vacía: tuve sólo seis horas. ¿La causa? Mis alumnos de Seconde (4º de ESO) estaban de stage (prácticas).

En Francia hacen prácticas desde muy temprano. Al menos, ya las hacen en Troisième (3º de ESO). Son prácticas muy breves y muy variadas. Los estudiantes experimentan de primera mano cómo es la vida en un organismo de su elección, público o privado. Su semana de prácticas está tutelada por un profesor del instituto y, cuando la terminan, tienen que escribir una Memoria.

Creo que es una idea que habría que exportar con urgencia. A veces, la imagen que el estudiante de una carrera universitaria se crea sobre su futura profesión es romántica, idealizada. Los arquitectos diseñan solo museos de arte contemporáneo, los cocineros trabajan en restaurantes exquisitos, todos los músicos tocan como solistas. A menos que se haya nacido con un pie metido en el gremio (es decir, que se tenga parientes cercanos dentro), las profesiones son inaccesibles para el profano. La entrada está prohibida a toda persona ajena a la obra. El primer contacto directo y visceral que se tiene con la profesión tiene lugar a menudo durante la carrera universitaria. Y entonces ya hace mucho que alea jacta est, porque es demasiado tarde para cambiar de vocación sin reproches, mala conciencia o sensación de ir a la deriva.

Los stages tienen otra virtud: son los alumnos los que los tienen que buscar. Esto parece una monstruosidad, tratándose de chavales de catorce años, pero es un entrenamiento fabuloso para el futuro. Rompe la barrera de temor y timidez que dificulta acercarse a una empresa a pedir trabajo. Les hace escribir su primera carta de motivación (la carta de motivación es un texto que en Francia te piden casi hasta para ir al toilette) y les obliga a observar, a comparar, a escoger y a presentarse de una forma muy similar a como tendrán que hacer en un futuro. El stage es jugar a trabajar, y jugar es algo muy serio.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Estados Unidos y Francia

Para aquellos a los que no les dé miedo el inglés, esta reflexión comparativa (hecha desde dentro) entre la escuela secundaria de ambos países merece ser leída:

http://soyouthinkyoucanfrance.blogspot.fr/2013/02/french-schools-vs-american-schools.html

miércoles, 13 de febrero de 2013

Evaluación en Francia

En Francia, la evaluación no funciona como en España. Es un asunto misterioso y complicado, que sólo puede entenderse por pedazos, como todos los otros asuntos misteriosos y complicados. El misterio y la complicación se encuentran solo a nivel macro, claro está. A nivel micro, a nivel de tarea, la única dificultad que ofrece la evaluación es el rechazo estético. En España se evalúa sobre diez, en Francia normalmente sobre veinte. Así que la escala francesa parece una versión obesa de la misma escala de toda la vida, una vieja conocida bastante desmejorada.

 Pero a nivel macro las cosas cambian. Donde más cambios he encontrado ha sido en el equivalente a 2º de Bachillerato. A final de este curso, en cada asignatura se hace un examen, y de la media ponderada de esos exámenes finales se obtiene una nota. Luego son las universidades y los centros de formación los que, a la vista de esa nota y su desglose (por ejemplo, me comentaron que en carreras como químicas prestan atención a las notas de filosofía o historia, para conocer mejor el perfil del candidato) escogen a sus futuros alumnos. No importan las notas intermedias de las asignaturas, ni siquiera haberlas aprobado o suspendido: importa sólo la nota del examen final. Pero aunque no importen las notas obtenidas durante el curso, importa lo cualitativo: los comentarios que los docentes hicieron sobre el alumno, recogidos por escrito escrupulosamente. Estos comentarios pueden subir algo la nota media, e influyen a las universidades en su toma de decisión.

En otros niveles educativos lo cuantitativo tiene más peso, pero este curso se asienta sobre lo cualitativo. Todo parece destinado a generar un perfil del alumno, de sus fortalezas y sus debilidades, más que a asegurar su conocimiento de un mínimo de contenidos. De hecho, en los exámenes finales no es necesario aprobar todas las asignaturas, ni siquiera cierto número de ellas. Una buena nota puede compensar varias notas malas, pero ¡cuidado! Las universidades, con lupa, analizarán tus movimientos. Es la educación como partida de ajedrez, como juego de estrategia. Existen unas reglas, pero hay muchas formas de ganar y de perder. Bienvenidos al mundo real.

¿Es mejor o es peor que el sistema español de Bachillerato y PAU? Al menos en teoría, el sistema francés parece menos estresante y más sensible a la madurez de los alumnos. También parece, en este y otros puntos, un sistema reacio a dar segundas oportunidades. Pero no hagan mucho caso a mi opinión: hay muchos elementos que sólo palpo entre las sombras y puede que haya entendido algo mal. La evaluación en Francia sigue teniendo para mí ese puntito de misterio, que contribuyo a suscitar en los otros evaluando sobre diez cuando no me queda otra que hacerlo (es decir, cuando los profesores de que dependo me piden que lo haga). Porque aquí no estoy para poner notas, pero sí para transmitir la cultura española, ¿o no?

miércoles, 30 de enero de 2013

Ver, oír y callar

Me planteé poner a mis alumnos de "4º de ESO" a interpretar teatro. Pensaba darles el texto, ensayar la pronunciación y la entonación a conciencia, y grabarlos. Luego veríamos los vídeos, poniendo en común qué aspectos podrían mejorarse. Pero está el asunto de los derechos de imagen. Tras sucesivos encuentros con los profes y la Vie escolaire (que es una cosa bastante curiosa) concluí que aunque casi todos creen que existe, no hay ningún documento de derechos de imagen firmado por los padres. Así que si algún día quiero grabarlos tendré que dictarles un pequeño texto para que lo escriban en su cuaderno y lo firmen sus padres. Sumando  el futurible número de olvidos, extravíos y negativas paternas, llegué a la conclusión de que que el teatro no era una buena idea.

Cambié la idea por hacer radio. No hay derechos de voz, aunque haya derechos de imagen. Es injusto, porque las palabras son más interesantes que las imágenes. El cine mudo prácticamente ha desaparecido, pero la radio ahí sigue. Evidentemente, el requisito legal se debe a que la facilidad para identificar al individuo a través de la imagen es mucho mayor que a través de la voz. Podría distinguir a todos mis alumnos si me diesen fotos, pero a pocos si me los grabasen, por eso cuando empiece a registrar las grabaciones voy a tener que tomar nota cuidadosamente de quiénes hablan en cada una de ellas.

En una de las tiras de Mafalda, ella se encontraba con unos obreros que taladraban el suelo, y cuando les preguntaba si buscaban las raíces de lo nacional ellos le decían que no, que buscaban un escape de gas. Quino ponía entonces en boca de Mafalda una frase simple y maravillosa: "Como siempre, lo urgente nunca deja tiempo para lo importante". En esto podríamos decir que la imagen es lo urgente, mientras que la voz es lo importante. La voz está más ligada a la esencia del individuo, la imagen al accidente. Y los accidentes siempre son impactantes. Son los pequeños accidentes sufridos por la imagen de los otros (el radical cambio de corte de pelo, los restos de comida entre los dientes..) lo que más nos llama la atención cuando estamos frente a ellos, lo que nos puede llegar a distraer de las historias que nos cuentan. Lo que más puede dificultar que accedamos al "yo" que se oculta tras toda historia.

Es el "estar" como ocultación del "ser". La apariencia como "estar", la voz como "ser". Tengo la sensación de acabar hablando siempre de lo mismo. Y me pregunto si fue una reflexión parecida la que condujo al bautizo de una de las principales emisoras de radio de España. 

viernes, 11 de enero de 2013

El atracón

Comentaban varios profesores del instituto, el otro día, que según las encuestas los estudiantes franceses son los segundos más estresados del mundo, después de los japoneses. No conozco la fiabilidad de la memoria de los docentes ni la de sus encuestas, pero tampoco soy demasiado escéptica. Les creo. Los alumnos entran a clase a las ocho de la mañana, y a menudo acaban a las seis de la tarde. Con una hora en medio para comer. A veces, media. Alguna hora muerta de vez en cuando, que aprovechan para vagabundear a la entrada del centro. Los recreos son ridículos: uno por la mañana de diez minutos, y otro por la tarde de quince. Así los cinco días de la semana, excepto el miércoles por la tarde, que no tienen clase.

Para más inri, no todos los alumnos viven cerca. Si le sumamos una media hora de autobús de ida y otra de vuelta, el asunto empieza a dar penita. En sus casas, los alumnos aún deben estudiar sus exámenes y hacer las actividades. Alguien contaba el otro día la historia de una adolescente alemana que decidió estudiar un año en Francia, y cómo se dormía en clase. Por cierto, en Alemania parece ser que estaban planteándose importar el maravilloso sistema francés de clases por la mañana y por la tarde. Sistema maravilloso que los propios franceses detestan, creo que incluso los profesores: aunque sus horarios son mucho mejores que los de sus alumnos, las reuniones de evaluación alargan sus jornadas hasta horas indecentes.

Es la doctrina del atracón. Los franceses no tienen más horas de clase que los españoles, pero las tienen todas apelotonadas. Cada mes y medio hay dos semanas de vacaciones, y parece que las horas que se pierden ahí se recuperan amontonándolas con las normales. Días de mucho, vísperas de nada.

¿Qué diferencia hay entre esto y llenar las tardes con actividades extraescolares? Al menos, la variación de caras y espacios. El cambio de perspectivas. El que esas actividades puedan ser más relajadas, menos exigentes intelectualmente. La optatividad. La riqueza que aportan. Con un sistema de atracón se produce agotamiento. Están dejando de parecerme cómicas las crónicas de dos frases que los alumnos de la película "Dans la maison" redactaban sobre lo que hicieron durante fin de semana.

miércoles, 9 de enero de 2013

Ajenos a la obra

Leo en la convocatoria española de plazas de auxiliares de conversación para el próximo curso que la gente como yo ya no podrá ser lectora en Francia. Han cerrado los requisitos, de tal manera que sólo los filólogos, maestros de lenguas, traductores y derivados podrán optar a la plaza. Eso me hace preguntarme si lo que estoy haciendo es intrusismo profesional. Y me niego a considerarlo así, por dos razones.

La primera es que me tomo el trabajo en serio. Muy en serio. Siempre estoy preparando clases, al quite por si aparece algo útil, para capturarlo, reformarlo y utilizarlo en el futuro. Pongo cuidado en la escenografía, en la distribución de los espacios en el aula (aunque a veces encuentre que me han robado mesas, donde ya tengo pocas (es un dedal de aula), y me entren ganas de cercenar testas), en la presentación de las actividades, en el uso del azar y la elección de los alumnos. A cada clase monto un espectáculo. Vamos, que los lingüistas le podrán poner el mismo entusiasmo al asunto, pero no más.

Pero la segunda razón es más profunda: los idiomas no son ajenos a lo extralingüístico. Todos los contenidos enriquecen el uso del lenguaje, y alejan a las clases de idiomas del peligro de convertirse en un juego formalista. No es la gramática lo que los auxiliares tenemos que enseñar (aunque como no conozcamos un poco nuestra lengua estamos fritos), es otro tipo de cosas. En esto la filosofía tiene mucho que decir. Por ejemplo, en el equivalente a la prueba PAU, los alumnos tienen que hacer también exámenes de idiomas. Para el examen tienen que preparar unos textos, pero los temas en torno a los cuales giran estos textos no son cosas como "la familia" o "las fiestas". Son los conceptos de mito y héroe, los espacios e intercambios, los lugares y formas de poder y la idea de progreso.

Es un temario delicioso (y deliciosamente francés. La primera vez que me topé con él pensé en autores para las diferentes categorías, y los primeros que vinieron a mi cabeza fueron franceses). Hasta ahora, no tuve alumnos del equivalente a 2º de Bachillerato (Terminal) , lo lamenté profundamente. El jueves empezaré con una alumna que tiene una situación particular: hará el examen por una vía un poco diferente que le exige un nivel muy alto de español. En la práctica cuando le dije en qué aula tendríamos clase se giró hacia la profesora de la asignatura y le dijo, asustada, "Madame, je comprends pas!". Mal empezamos.

Durante las vacaciones de Navidad dediqué un poco de tiempo a buscar textos sobre estos temas. Encontré algunas cosas interesantes por la biblioteca de la facultad, pero para acabar de delimitar los textos me quedaba algo por saber: la extensión. Le pregunté a la profesora y me dio la respuésta más decepcionante del mundo. "No sé... como los del libro, ¿no?" dijo, justo antes de prestarme un libro de texto de Terminal. En él me acabo de tropezar con que la idea de progreso, que yo había pensado tratar con Ortega y con filosofía de la ciencia, se aborda desde la cirugía estética y el photoshop. No va a lo profundo, es la versión light. Me he pasado. Parece que los otros estudios son buenos para la enseñanza de idiomas, pero son excesivos, hay que encogerlos antes de utilizarlos.

¿Y qué aporta la enseñanza de idiomas a los futuros profesores de otras materias? Porque tal vez la causa de que ahora no seamos interesantes como auxiliares sea que eso no nos va a servir en el futuro, a diferencia de lo que pasará para la gente que enseñe idiomas. En esto, creo que a los ajenos a la obra nos aporta aún más. Cuanto más miro este libro de Terminal más me convenzo de que algunas cuestiones que aparecen serían estupendas para tratar con alumnos españoles de los primeros cursos de instituto en asignaturas tipo "Educación para la ciudadanía". Permiten el diálogo, la discusión, la reflexión y el desarrollo de la creatividad. Son muy sugerentes.

Ser auxiliar de conversación, ahora mismo, no es sólo una experiencia intercultural, es también una experiencia transversal. Es una tranversalidad que no llega desde el decir, sino desde el mostrar. Que no se impone, sino que se acaba percibiendo como conveniente. Pero, en vistas a la nueva convocatoria de auxiliares, parece que hay alguien que no ha entendido esto.O que no se lo ha tomado en serio.