sábado, 25 de enero de 2014

If all you have is a hammer, everything looks like a nail

Para el profesor, el mundo es pequeño y autocontenido. Su existencia ha girado, desde que alcanza a recordar, en torno a la institución educativa. Parvulario, primaria, secundaria, universidad y ¡hop! regreso al sistema. El hijo pródigo vuelve a casa para ejercer la patria potestad.

Con un ritmo marcado a toque de sirena, con sus normas erigidas en leyes, con sus ritos y sus mitos, la escuela es un pequeño mundo, complejo pero no tanto. Un cosmos ordenado a base de infinitas repeticiones con variación. Siempre igual y siempre diferente. La escuela da pereza pero genera cierta febrilidad. Nada sale nunca del todo bien, pero hay multitud de pequeños detalles que dan satisfacción.

En cuanto a empleo, la docencia no está mal. Es un trabajo (al menos aquí) bien pagado, que deja (sobre todo aquí) mucho tiempo libre y que tiene (aquí y allá) cierta exigencia intelectual. La exigencia intelectual permite escapar del que nunca sospeché que fuese el peor de los males de la vida adulta: el aborregamiento. Cuando dejamos de preparar exámenes, hacer deberes y redactar trabajos, algo dentro de nosotros entra en decadencia. Trabajar en un instituto al menos garantiza un mínimo de gimnasia mental, aunque sea una gimnasia mental restringida a un ámbito muy concreto: la materia que se imparte.

Bueno señalaba las pretensiones totalizadoras y reduccionistas de las ciencias, Maslow decía que al que solo tiene un martillo todo le parece un clavo. La caza de materiales didacticos tiene un efecto estructurador sobre la realidad que rodea al docente. Le ocupa horas y horas, aunque sería difícil calcular cuántas, porque incluso cuando no caza deja las trampas puestas, por si la presa cae. La mirada sobre la realidad está manchada, corrompida según la lógica de la materia. El profesor es la herramienta, de tanto tener el martillo en su mano se ha convertido en el martillo.

Pero no nos pasemos. A mi alrededor hay más tornillos que clavos. ¿Visión lingüística del mundo? Cada vez que le encuentro lógica a la lengua me encuentro sondeando un trasfondo que le es ajeno. Si la estructura de la realidad es tan metafísica, tan gnoseológica, tan ética, tan política, ¿cómo ignorarla? ¿Cómo dar la espalda a ese abismo insondable de vagas verdades y coloridas fantasías? ¿Cómo centrarse en enseñar un idioma, cuando al fin y al cabo no es más que el epifenómeno de una ontología (salvo que sea al revés)?

Doy golpecitos a los clavos con el mango de mi destornillador. Por ahora la cosa cuela. 

martes, 14 de enero de 2014

Proyectos

 Estoy entrando en la recta final de la preparación del viaje de estudios a España. No soy la única que tiene un proyecto en manos: parece que en los institutos casi todo el mundo está embarcado en algún asunto ligeramente peliagudo.

El profano, el ajeno a la obra, se preguntará qué sentido tiene complicarse la vida de esta forma. Si no se gana más o si la el incremento de salario va a ser minúsculo en comparación con el esfuerzo y el tiempo invertidos. Si durante la planificación vamos de catástrofe en catástrofe. Si nos crecen los enanos, ronronean los leones y al tragasables le da un ataque de anginas. ¿Por qué nos hemos metido en ese circo? Yo me lo pregunto al menos dos veces por semana.

La respuesta es que los proyectos tienen magnetismo (y quedémonos con la metáfora del imán, porque es bastante ilustrativa). Los proyectos son pequeñas causas finales que tiran de nuestras vidas. Dan sentido a fuerza de rehuir la pregunta por el sentido.

Alienación, dulce alienación.

Pero no la de Marx, sino la de Hegel.