viernes, 26 de octubre de 2012

El muro

Creo que el lugar más interesante para observar los mecanismos de poder en un instituto es la cantina escolar. En la mía la separación entre profesores y alumnos se ve a simple vista: es un muro. Los profesores no comen con los alumnos, sino en una habitación más pequeña a la que se llega traspasando una puerta. Esto, que tiene sus ventajas porque da privacidad, provoca situaciones un poco kafkianas. Llevo ya unos días planteándome qué pasaría si coincidiese allí con mi compañero de casa. Él, dos años mayor que yo, estudia un ciclo formativo en el mismo instituto donde yo trabajo. Sentarme a comer con él sería una transgresión fortísima a los usos y costumbres del lugar. No hacerlo sería una transgresión igual de fuerte a los usos y costumbres del hogar.

Los profesores no se mezclan con los alumnos. Y no me refiero sólo a Francia, aunque tal vez aquí la separación sea más tajante (sobre todo en lo verbal, por la prohibición de llamar a los profesores por su nombre de pila y por el uso del tratamiento de usted). Me refiero también a España. Allí entre los profesores y los alumnos no hay una muralla de ladrillos, pero sólo porque tampoco suele haber una cantina. En realidad, cada vez que tienen que compartir la comida levantan un muro invisible. El ejemplo más claro son las excursiones. En ellas, los profesores no se sientan en el merendero entre los alumnos. Comen en un restaurante. Los motivos son perfectamente lógicos (ayudar al negocio local), pero el resultado es el mismo.

Un elemento clave de la relación entre el profesor y el alumno es la separación. Es lo contrario que ocurre con los monitores de tiempo libre, que siempre están mezclados con los participantes. Ellos serán los primeros en sacar el bocadillode la mochila a la hora de la comida. Tienen una autoridad más relativa, más difusa, menos apuntalada legalmente y más basada en en la confianza. Es por eso que las dinámicas que había preparado para cierta excursión que hice en mis prácticas del año pasado parecían horrorosamente fuera de lugar, tanto que no me atreví a sacarlas.

Este año estoy a mitad de camino entre el rol de monitora y el de profesora. Es una posición incómoda porque es inestable: todo tira de mí hacia lo docente. El instituto, con sus dinámicas de poder, reasimila a sus ocupantes dentro de categorías claras y definidas. No me presento ante mis alumnos con mi apellido, sino con mi nombre, pero ellos me llaman "señora". Todos me han visto andando hacia el otro lado de la puerta de la cantina.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La casa del Ser

Si el lenguaje es la casa del Ser, en nuestro idioma el Ser no vive solo. Comparte piso con el Estar.

Antes de venir a Francia hice un poco de exploración en torno a esta dualidad verbal que nos caracteriza. Mis motivos no podían ser más mercenarios: quería encontrar la llave maestra que permitiese a los alumnos abrir las puertas del lenguaje. Que les mostrase cuándo elegir "ser" y cuándo "estar". Me había hartado de ver tablas en las que se mostraba a los no-hispanohablantes en qué situaciones había que usar una y otra palabra. Toda tabla de casos es una chapuza, lo que yo buscaba era una fórmula. Y la encontré, aunque por desgracia me siento incapaz de explicarla a adolescentes con los que no comparto el idioma.

La fórmula afirma que el Ser hace referencia a la esencia y el Estar, a los accidentes. Es lógico, es nítido y es evidente (tanto que me hubiese dado de cabezazos contra las paredes si no fuese porque tenía vecinos), pero antes que todo eso es revelador. Porque con esta dualidad terminológica el español se convierte en un idioma especialmente fino para expresar la otra dualidad, la ontológica. Porque muestra qué es lo que tradicionalmente se ha considerado esencial y qué otras cosas han sido accesorias, a la vez que permite solidificar la propia consmovisión del hablante. Y la cosmovisión se muestra de forma impactante, radical, cuando el hablante extranjero, por puro desconocimiento de la lengua, aplica su lógica no contaminada por herencias lingüísticas: "el castillo es aquí", "yo estoy estudiante".

"Yo estoy estudiante". Nuestro idioma refleja hasta qué punto la profesión constituye al individuo desde mucho antes de que a McIntyre se le ocurriese la feliz idea. Aunque el individuo nazca indiferenciado en cuanto a profesión, tras el acto de escogerla ya la es, ya la encarna para siempre. La jubilación no rompe esto: se es maestro jubilado, o policía jubilado, o bombero jubilado. Quién sabe si ni siquiera la muerte es capaz de separarlos, si tras la hipotética resurrección final los cuerpos, cansados, volveran a esgrimir sus tizas, pistolas y mangueras.

Ahora el lenguaje se ha quedado atrás. Yo no soy asistente de español, si nos ponemos precisos. Lo estoy siendo. No me identifico con ello, aunque eso tampoco implique desagrado ni desdén ante mi actual oficio. Hace unos años escogí otra profesión, una que es probable que nunca me llegue a solidificar en mí como esencia.

¿Es más fácil así? En parte lo es. Las decisiones trascendentales ya no lo son tanto. Escoger una carrera se plantea como un pequeño paso más. El temor a equivocarse se difumina mucho. Pero, a cambio, hay que mirar con cuidado los pequeños gestos cotidianos, hay que vigilar cada movimiento porque ¿quién sabe si esa palabra, si esa acción, si esa mirada, sentenciarán el futuro?

La película "Mr Nobody" es un ejemplo delicioso de una encrucijada de este tipo. En realidad hay una encrucijada así a cada instante. El yo nunca para de moverse. Y el Ser del individuo adelgaza, en este campo y en otros, se hace flexible e inestable, se encoge y se enrosca en una esquina del sótano. Y mientras tanto el Estar va ocupando toda la casa, diseminando sus enseres por las habitaciones, el baño, la cocina y el salón.

No, ya no. La casa del Ser ya no es lo que era.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Principios

Esta mañana nos han informado de los principios de la escuela francesa,y han comenzado diciéndonos que estaban fuertemente inspirados en la Revolución Francesa. Y es verdad: el sabor de aquellos ideales se sigue percibiendo (un buen sabor, por cierto). Tales principios son la laicidad, la gratuidad, la obligatoriedad, la libertad de enseñanza (dentro del marco legal) y la neutralidad.

La neutralidad se refería, explícitamente, a la neutralidad "política y filosófica". La neutralidad política me parece una opción correcta como ideal regulador (evitar hacer proselitismo) pero, sinceramente, la neutralidad filosófica me parece inalcanzable. Para empezar, porque el marco de principios en que nos vamos a insertar ya tiene carga filosófica (¡y una carga importante!). Pero para encontrar conflictos no hace falta hilar tampoco demasiado fino.

Esta tarde nos han dado unas fotocopias con ejemplos de actividades que podíamos hacer con los alumnos. La primera era un horóscopo.

lunes, 8 de octubre de 2012

Y otros.

"PARKING PRIVADO Prohibido el juego de pelota y otros"


El cartel me fascina. Me fascina ese "et autres", la prohibición que por genérica que se convierte en universal. Es ese totalitarismo de lo indefinido, ese abuso imprevisible, ese atropello inevitable.

Decia Maquiavelo que en el Estado deben fijarse pocas leyes, pero muy nítidas y perennes. El florentino ha pasado a la historia como el arquetipo de la astucia malvada. El cartel sigue clavado, respetado y respetable, en un lindo pueblito francés.

La Ética

Leo en los periódicos (aún no me he enfrentado con el texto legal pero está en mi lista de tareas pendientes) que la Ética ha muerto. La reforma educativa se carga varias asignaturas que suelen recaer sobre el departamento de Filosofía, pero el asesinato de la Ética ha sido el único que verdaderamente me ha asqueado, que me ha parecido lamentable más allá de lo laboral. 

Es imposible ignorarlo: hay una meta-pregunta deliciosa que está pugnando por salir. Démosle ese gusto: ¿es buena, la Ética?

La respuesta aburre: por supuesto, depende, como todo. Pero, como mínimo, una Ética bien impartida consigue enseñar a escribir, y siempre es bueno que esa responsabilidad recaiga en en algún sitio más que en la materia de Lengua Castellana y Literatura. Aunque solo sea para variar de campo.

¿La Ética, entonces, solo interesa como laboratorio de experimentos lingüísticos? Si así fuese, no merecería la pena lllorar su muerte. Tampoco como territorio para enseñar convivencia, para cohesionar, para dar cultura general. Eso se puede hacer en otros entornos (aunque casi nunca se hace). Los procedimentales y actitudinales se pueden dispersar por otras asignaturas. Para defender a la  Ética hay que defender sus contenidos propios, los conceptuales.

Pienso que lo lamentable de que desaparezcan a la Ética es que al hacerlo aplastan un pedazo de la Filosofía. Y es triste ver como aprietan y maltratan a la Filosofía, igual que es triste ver cómo machacan a alguien a quien quieres. Una tristeza compasiva, o empática, que ahora suena mejor.

Si la Ética es una parte del cuerpo de la Filosofía, esa parte es la nariz. La Ética es andar metiendo las narices o andar tocando las narices, siempre con cierto tonillo moralista. La imposibilidad de una fundamentación final le afecta más que a otras partes de la Filosofía, porque la Ética, a diferencia de la Metafísica y otros órganos, no puede permitirse ser poética. Lo necesario para la vida actúa “como piedra de toque”, que se suele decir, y le da una pátina mundanal que la trivializa constantemente. Las teorías se ven afectadas por ejemplos cotidianos, y eso apesta. No siempre, por supuesto: a veces la Ética logra elevarse. Pero, en general, si fuese una cometa resultaría demasiado pesada.

El principal interés de la Ética es que era el primero de los ataques oficiales contra la estructura de claridad y orden que las ciencias y las formas de vida se habían ocupado de sembrar. Era el comienzo del retorno a la ingenuidad, o si se quiere la pérdida de la peor de las ingenuidades: la de los dogmas y la estrechez de miras. La Ética enseñaba a pensar (desde lo cercano y lo opinable) en las fisuras, para así estar bien entrenados al año siguiente en Filosofía, cuando esas fisuras se convirtiesen en grietas más difíciles de ver pero más grandes y más peligrosas.

El asunto de la pérdida-ganancia de ingenuidad tiene su miga. Creo que la Filosofía, como carrera, deja esas secuelas de un modo más acusado. Tras pasar por ella estamos un poco a vuelta de todo, pero somos los más esperanzados. Miramos a los cielos esperando ese milagro que, lo sabemos, no va a ocurrir. Vivimos de matar la ilusión y de sembrarla, a cada día, a cada instante, en un viaje infinito a ninguna parte y a todas. Todo es igual, todo es distinto. Todo es relevante, pero siempre dentro de lo vano. Y llega el vértigo, y casi el pavor, pero no dura ni un instante. Justo entonces vemos que el suelo sigue sosteniendo nuestros pies.Y que hemos estado a punto de pisar una cagada de perro.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Quinceañeros en Toledo

Siempre me han disgustado los libros de texto de idiomas que se utilizan en los institutos. Bueno, miento. Siempre no: sólo desde 3º de ESO, que fue cuando comencé en la EOI y descubrí que otro tipo de libros de texto era posible. Los libros de instituto, por querer acercarse a la situación y a los intereses de los alumnos se hacían sosillos, vacíos, repetitivos. Se notaba que los autores intentaban “hacerse los guays”. En cambio, en los libros que se usaban en la Escuela de Idiomas, pensados para adultos, las situaciones eran amplias y variadas. Había más humor, había más complejidad, había más sorpresas. En cada esquina había vida. Eran libros chispeantes que hacían pensar.

Hoy me he pasado la mayor parte del día preparando clases, y me ha disgustado sorprenderme a mí misma pensando en los alumnos de quince como esencialmente diferentes a los de diecinueve. Me ha disgustado porque lo que estaba haciendo en ese momento era plantear simulaciones. Llegué al absurdo de pensar que tal vez el caso que estaba planteando (unas vacaciones en Toledo, con documentos reales) no funcionase porque los alumnos eran demasiado pequeños para embarcarse por su cuenta y riesgo en un viaje así. Digo que era absurdo porque no me suponía ningún prejuicio moral poner a sus compañeros de clase a regentar la Oficina de turismo, el restaurante, el albergue juvenil y el museo que ellos iban a visitar.

Creo que quince años son suficientes, así que he tomado la decisión de dejar de lado la mojigatería a la hora de tratar a los alumnos. Las dinámicas que planifique para sus clases se moverán en el registro de las de los adultos. El juego de rol es simplemente eso, un juego, y tomárselo en serio (pensar que tiene que haber un puente desde el que pasar de la realidad a la ficción sin cortes ni baches) hace que pierda toda la gracia. Hoy he descubierto que no basta con que los alumnos asuman la necesidad de la mentira: también deben asumirla los profesores.

martes, 2 de octubre de 2012

Guillotina

Dos días de clase y ya he usado la guillotina. Esto es Francia, y se nota.

En uno de los institutos donde estoy cada profesor tiene derecho a hacer 500 fotocopias. En un primer momento, parecen muchas. No lo son. Serían muchas para uso personal o para dar clases particulares, pero los grupos rondan los 25 alumnos. De manera que las 500 fotocopias, al cocer, menguan. A un ritmo de 12 horas semanales,calculo que me durarían quince días.

Pero en todas partes existe la pequeña picaresca, esa que se cuela en lo impensado sin caer en lo ilícito. Y en el asunto de las fotocopias la clave es el DINA3. Los profesores suelen hacer las fotocopias en ese formato, porque de una gran hoja se pueden sacar dos hojas normales y así su saldo de copias se resiente la mitad. El sonido de la guillotina dividiendo los pliegos en folios y los folios en cuartillas se oye con frecuencia en la sala de profesores. El día en que la hoja deje de estar afilada se parará el mundo.

Es imposible no sentirse un poco revolucionario al dejar caer la afilada cuchilla. Al fin y al cabo, en cada una de las hojas que se obtienen hay un pedacito de la igualdad, libertad y fraternidad anheladas.