jueves, 28 de noviembre de 2013

El viaje de estudios

Cuando estaba empezando a preparar el viaje de estudios, le pregunté tímidamente a la directora del instituto qué presupuesto por alumno teníamos. No porque lo fuese a pagar el centro, sino para calcular en base a un intervalo de precios razonable. Ella me dijo que no me preocupase demasiado por esa cuestión: "¡El año pasado hubo incluso un alumno que fue a tres viajes de estudios!". Yo le hice caso, porque soy idiota y porque creer que el dinero crece en los árboles me hacía la vida más fácil.

Creo que por aquel entonces ya había pedido a mis alumnos que hiciesen una redacción sobre sus familias, y ya había descubierto que algunos de ellos tienen tres renglones de hermanos. Al menos los míos saben cuántos son, la profesora de primaria del colegio de al lado nos contaba que una vez preguntó a uno de sus alumnos cuantos hermanos tenía y el chiquillo no fue capaz de calcularlo. Pero yo seguí adelante con mi viaje de estudios, partiendo de la base de que todo el mundo podía pagarlo, aunque por si acaso preferí no llegar muy lejos (un fondo de tacañería siempre queda).

Ahora que me están devolviendo las autorizaciones veo que la gran mayoría de los alumnos lo pueden pagar sin problemas, e incluso alguno de los de los tres renglones. Pero sospecho que al menos dos de mis alumnos, ambos estupendos, más bien tímidos, uno con un nivel de español excelente y la otra aceptable, los dos muy motivados y participativos, se van a quedar en Francia porque sus familias no tienen ni un duro (o ni un franco). Estamos intentando mover algunas subvenciones, pero en todo caso no cubrirán el importe íntegro del viaje. Por no mentar la soga en la clase del ahorcado, he decidido no colgar en el corcho del aula el mapa de las ciudades que vamos a visitar, ni hacer orbitar muchas actividades en torno al viaje de estudios.

Ninguno de los alumnos paga todo el importe del viaje. Se les descuentan unos 70 euros, de los cuales el equivalente a la AMPA pone cincuenta. Esos euros salen de las propias familias que contribuyen con unos 13 euros anuales. Al final más o menos el saldo es que ellos se lo guisan y ellos se lo comen: a principios de cada curso depositan el AMPA el dinero que, reuniones mediante, van a recibir ellos mismos uno de estos años. Vale, creo que el dinero no sólo viene de los padres, y que la organización algo más pagará, pero en líneas generales el sistema funciona así. ¿Por qué no aprovecharlo para becar a dos alumnos? Calculando en base a los sesenta que vienen, si a cada uno la AMPA le da treinta euros en vez de cincuenta, 20x60=1200 euros disponibles para becas. Y ya no es que bequemos a dos alumnos, sino que becamos casi a cuatro.

Siempre he visto mal de lejos y esta vez no llevaba puestas las gafas. Cuando he logrado ver con nitidez ya era tarde y todos los presupuestos estaban aprobados. Lo hubiese intentado, pero no sé yo si habría tenido mucho éxito contra la inercia de un sistema en el que estoy de paso y pagada por horas. Lo que sí tengo claro es que me niego a organizar otro viaje de estudios en el que pueda haber alumnos que se queden en tierra por cuestiones económicas. Si vuelvo a ser profesora de idiomas (visto el cariz de la nueva ley educativa me temo que no me quedará otra), organizaré intercambios. Para una familia que ya tiene nueve hijos no creo que le suponga gran cosa ponerle un plato al españolito que viene de visita una semana. Tal vez entonces los niños más pequeños le cojerán cariño y no sabrán si incluirle en su lista de hermanos cuando les pregunte su maestra.

martes, 26 de noviembre de 2013

Cuadernos

Cuentan los ancianos la triste historia del profesor que murió aplastado por las libretas de sus alumnos. Mientras la pila le sepultaba, el hombre preguntábase por qué sería tan cenutrio, por qué no habría calculado antes de pedirlas la cantidad ingente de tiempo y de trabajo que iba a destinar a su corrección. Y al papel, la tinta y el metal se sumaba otra carga, tal vez incluso más pesada: la de saberse hacedor de su propio infortunio. Dicen las gentes que en las noches de luna llena todavía lo ven penando por los alrededores del instituto, arrastrando sus bolsas de libretas cual cadenas de académico fantasma, murmurando insensateces sobre la inminente evaluación.

Al margen del trabajo y de la turra que da corregir cuadernos, el acto tiene algo de obsceno, de invasivo. Hay algo dentro de mí que me dice insistentemente que los cuadernos pertenecen a la esfera de lo privado. Tal vez tenga que ver con mi pasado reciente. En los últimos años de instituto y en todos los de universidad, el cuaderno es algo así como una prolongación del cuerpo de su propietario, y cada uno lo gestiona como le viene en gana. Como si quiere amputárselo, está en su derecho.

Los que somos por naturaleza malcuriosos, nos hemos pasado últimos años  mezclando el Inglés con la Química y la Ética con la Lógica. A veces las hojas se podían reorganizar por fechas, otras por el número de página, en una numeración tantas veces recomenzada que al cabo de un tiempo de subrayados y circulitos pasaba a los números romanos, a las mayúsculas, a las minúsculas y al alfabeto griego. De un día para otro, el bolígrafo cambiaba de color, y casi nunca lo recuperaba.  En cuanto a la caligrafía, algunos de mis compañeros recordarán mi clásica respuesta: te dejo copiarme pero no esperes que te traduzca.  "Esta mala presentación es una mancha en tu expediente" me apostilló en primero de ESO una profesora, antes de devolverme un examen que rondaría el nueve. Yo me reí de su dramatismo, pero por si acaso intenté mostrar mi mejor faceta de alumna seria y aplicada en los cuadernos de su asignatura y de las otras. Pura fachada. Tener unos cuadernos bonitos me parecía un engorro. Eran hipócritas, eran artificiales. Tenía los ojos de mis profesores clavados en la nuca mientras escribía, de ahí no podía salir nada bueno. Aquellas libretas eran estúpidas.

Y ahora las recojo. Malísima idea, no por la montaña sino por la traición que eso supone. Tal vez sobreviva a la avalancha, pero ¿qué vida de alimaña sin principios me esperará después? ¿Se apiadará de mi alma el dios de los zafios? ¿Acaso todos mis profesores de la ESO han sido alumnos caóticos? Tengo aún muchas otras preguntas trascendentales, pero me temo que las tengo que dejar para otra ocasión. Hay algún que otro cuaderno que espera que lo corrija...