miércoles, 16 de marzo de 2016

Notas educativas

Algo que todavía no he aprendido, y que tampoco me da la gana de aprender, es a ser educativa poniendo notas. A redondear a la baja a todo el mundo en la primera evaluación para que estudien más en la segunda. A no permitir que un alumno pase de un siete en el primer trimestre a un diez en el segundo: la perfección es para el tercero. A reclamarle a un alumno las décimas que se le redondearon en el trimestre anterior para evitar darle la nota máxima (la perfección, una vez más, es para final de curso). A darle el cinco en la evaluación a aquella chica tan maja que se esforzó y logró una media de cuatro con nueve, pero dejar suspenso a aquel chaval que por ir de sobrado acabó con una media de cuatro con nueve.

Es verdad, las notas pueden ser soporte de moralejas. Y algunas de estas moralejas tienen sentido (la del salto del siete al diez no pertenece a esta categoría). La tenacidad y los buenos modales pueden premiarse, pero no de esa forma improvisada, intuitiva e impredecible. Lo que se valore positivamente debe estar establecido, cuantificado y ser públicamente conocido por todos los alumnos. Lo que se penalice, también debe serlo. Incluso el redondeo debe estar regulado. Todos los criterios de evaluación tienen que salir a plena luz del día para que se esfumen las prácticas oscuras.

Sé que la mayoría de los profesores que "flexibilizan" las notas lo hacen para ser más justos y más pedagógicos (el resto lo hacen para construir un relato en torno a la noción de progreso). Y puede que en algunos casos sus procedimientos funcionen. Sea como sea, no perderían efectividad si hiciesen explícito lo implícito. A cambio, evitarían que sus alumnos, frustrados e indefensos ante lo que perciben como un abuso de poder, les fuesen llamando "perra" o "cabrón" por los pasillos del centro.