jueves, 9 de junio de 2016

Junio

Junio es todavía un territorio por explorar, la última frontera. Es la primera vez en mi vida que soy profesora en junio. Ni siquiera he vivido un fin de curso estando de prácticas (las prácticas nunca empiezan al principio ni acaban al final). Francia es para mí sinónimo de cursos que se acaban en marzo y abril por fin de contrato; o en febrero, por deserción. Entre una cosa y otra, hace años que no acabo el año.

Pero junio está aquí, imponente, impotente. Bonachón y cansado, lleno de despedidas cariñosas pero sufriendo un horrible deshilachamiento. El mes se alarga y las notas están puestas, el mes se alarga y ya no hay nada que hacer, las horas se hacen blandas, hay treinta y seis grados fuera y dentro no sabemos ni cuantos (los alumnos perfeccionan sus abanicos de papel, no olvidemos que esta es la ciudad del origami). El fin de curso es una asíntota a la que nos acercamos sin tocarla, un concepto matemático que ilustra lo que no existe. Tal vez esa sea la clave, tal vez no haya fin de curso. Tal vez no.