lunes, 27 de mayo de 2013

Maletas


Hacer una maleta antes o despues de una escapada de larga duración es una de las actividades más filosóficas que existen. Y hacerla para irse no es lo mismo que hacerla para volver. Antes de partir toca adivinar el futuro, sospechar los golpes del azar, crear un reservorio para mantener la permanencia de lo que eres. Al volver, en cambio, lo que se hace es comprobar la diferencia entre lo que se planeó y lo que se hizo, lo que se previó como importante y en realidad no sirvió para nada, lo que alguna vez se quiso ser y lo que finalmente se ha sido. La maleta que parte se llena sumando. La maleta que vuelve nos obliga a restar.

Son dos actividades opuestas, entre ellas no hay nada en común. Ni siquiera la maleta. Cual río heraclitano, siempre es más grande o más pequeña de lo que recordábamos. Más dura o más blanda. Más hostil o más amable. Cuanto más largo haya sido el viaje, menos se parece el equipaje antiguo al moderno, tanto por dentro como por fuera.

Y hacemos más maletas de lo que pensamos. La primera página de cada cuaderno es siempre una bienintencionada maleta de ida; la última, una raída maleta de vuelta. Unos zapatos nuevos son unos zapatos que van, los zapatos viejos sólo vuelven. El proyecto y la evaluación. Lo que empieza y lo que acaba en medio del cambio constante.

Veamos en qué acaba esta nueva deriva del estar. Ya casi tengo hecha la maleta.