lunes, 29 de abril de 2013

El extraño o el extranjero (espoiler)

Acabo de leer "L'étranger" de Camus, en francés. Lo recomiendo en su idioma original: es una lectura fácil (frases cortas, vocabulario sencillito) y el esfuerzo se ve recompensado. Y es que tras leerlo en francés hay un pequeño premio: comprender el título.

El extranjero de Camus no es un simple extranjero. Podemos esperar impacientes que el protagonista haga ese viaje a París del que a veces (y con el entusiasmo que lo caracteriza) habla. Esperaremos en vano. Mersault nunca saldrá de Algeria. ¿De qué manera, entonces, ha llegado a ser extranjero? ¿Puede tener que ver con cómo el autor usa la palabra en el texto del libro? ¿O acaso será una metáfora sobre la condición de Mersault?

Rastreando el uso de "étranger" por el libro nos encontramos en que ni una sola vez es posible traducir esa palabra por extranjero. A menos que usemos un circunloquio (pero si usamos un circunloquio podemos llegar a traducirla por lo que nos dé la gana). De forma directa, la palabra española que encaja es "extraño". La vemos en "Il m'a dit qu'il devrait aborder maintenant des questions apparemment étrangères à mon affaire, mais qui peut-être la touchaient de fort près", es decir "El me dijo que debería abordar ahora cuestiones aparentemente extrañas a mis asuntos, pero que tal vez los tocaban de cerca" (en el juicio a Mersault). Como ese uso, todos los demás en el libro.

Mersault, que es un individuo bastante particular, comete un asesinato y acaba siendo condenado a muerte. La palabra "étranger" marca el punto en el que el debate pasa de juzgar obras a juzgar almas, de los actos a la moral. La cuestión que era sólo "aparentemente extraña" a los asuntos de Mersault era su falta de implicación ante todo. Y de forma especial, su insensibilidad el día del funeral de su madre. En el juicio que describe el libro lo moral invade el campo de lo legal, aunque tal vez esas dos cuestiones nunca hayan podido separarse. El protagonista es condenado a muerte por su falta de espíritu más que por sus actos, si bien sus actos han sido los desencadenantes. En cierta forma, es culpable de extranjerismo moral. Pertenece a un país espiritual diferente que los que le rodean. En ese sentido es un extranjero.

En mi edición del libro hay un extracto en la contraportada. Es el momento en que se condena a Mersault a ser guillotinado en una plaza pública en nombre del pueblo francés (sí, es una buena forma de destripar el libro, gracias, editores). ¿Es esto relevante para el título? No mucho. El que sean las leyes francesas las que rigen en la Argelia del protagonista no es especialmente relevante. No le extranjerizan más. La extrañeza de Mersault ante ellas no se debe a la lejanía geográfica de Francia, ni a una reflexión sobre el colonialismo. Lo que dice es que el pueblo francés le parece una "noción imprecisa", tanto como el pueblo chino o el alemán. Es una contingencia al lado de otras contingencias. Francia es una cuestión muy secundaria para el protagonista. Por supuesto, podemos verla como principal, pero no sé si eso arrojaría alguna luz.

La palabra "étranger" significa tanto "extraño" como "extranjero". En español han traducido el título por "El extranjero", pero yo lo hubiese traducido por "El extraño", como han hecho en inglés ("The stranger", y no "The alien", que casi hubiese remitido a ovnis). La palabra francesa recoge una ambigüedad muy rica, pero traducirla como lo han hecho no es la forma de mantenerla, sino de mosquear al lector. "Extraño" no se ajusta a la perfección, pero en todo caso se acerca más que "extranjero".

Sea como sea, si no lo habéis leído, leedlo. Es estupendo.

viernes, 26 de abril de 2013

Épico

Cual minino de Schrödinger, ahora trabajo y no trabajo. Mi contrato aún no ha terminado, pero ya me he despedido de alumnos y profesores. Y es que han llegado las vacaciones escolares (sí, otras más), y con ellas el fin de mis días como auxiliar de conversación.

No soy capaz de encontrar adjetivos para explicar lo que ha sido este año para mí. Estuve un rato largo pensando, y todos los que se me ocurrían encajaban mal. Pensaba en "maravilloso" y lo veía escaso. "Inmejorable" parecía hueco; "emocionante", apagado. Los sonidos son tacaños a veces. Me niego a concederle a este año un rango menor que el de la leyenda, la epopeya. Ha sido un año épico.

Un año épico. Cada día de vida aquí ha sido más interesante que una semana de mi vida anterior. En actividades, en retos, en experiencias, en descubrimientos. He conocido a personas absolutamente increíbles, personas que desaparecerán a partir de mañana mismo. Verdaderos amigos, casi todos auxiliares, casi todos extranjeros. Pero en esta ciudad que es un cruce de caminos, incluso los franceses son un poco extranjeros. Todo el mundo parte. Veré a la ciudad desnudarse de caras amigas, antes de marcharme yo también. Y aunque llegue el verano, el viento será más frío.

Ser auxiliar fue un placer. En siete de mis doce horas de trabajo semanal tuve libertad para hacer más o menos lo que me diese la gana (siempre dentro del sentido común docente, por supuesto). Grupos reducidos, alumnos majísimos. Fue divertido, fue tierno, fue un buen entrenamiento. Tras varias semanas de clase comencé a desarrollar superpoderes de profesora. Sabía, por ejemplo, cuánto tiempo quedaba de clase sin necesidad de mirar el reloj. También cómo estirar o acortar la actividad para que se ajustase al tiempo disponible, medio minuto arriba o abajo. Me sentía feliz e integrada (dentro de mi estrato) en un lycée cómodo, bien diseñado y que funcionaba como un reloj.

Ha sido un año de alegría, de libertad, de independencia. Lo llamaba épico, tal vez viéndolo como un lote de pequeñas batallas. Está la conquista lingüística, la burocrática, y la locativa. Hubo conquista gastronómica, pero esa la perdí yo: la comida francesa me ha conquistado. No es el único elemento que me han conquistado, también lo ha hecho la gente. La mayor parte de las personas que he conocido son estupendas. Son majísimas, sea cual sea la relación o la cercanía: conciudadanos, vecinos, conocidos, alumnos, colegas, amigos.

¿Y ahora qué?

sábado, 13 de abril de 2013

Surrealismo

Ayer traumaticé a unos veinticinco alumnos y a su profesora con los primeros dos minutos de "Un perro andaluz". La secuencia del ojo fue mucho más fulminante de lo que me esperaba, y la exclamación de la profesora de "igual es mejor que lo pares ya..." llegó a mis oídos cuando ya era demasiado tarde. Por suerte.

 Me habían pedido que preparase una clase sobre el surrealismo, y no me iba a quedar en decir que Dalí era un señor que tenía los bigotes muy largos. Los temas tienen sus exigencias, y el surrealismo implica al perro andaluz, a Freud y hasta a las alegorías sexuales de los cuadros de El Bosco. Tampoco iba a escorar la clase hacia el lado de la carnaza, pero eso no me aboca a ir de puntillas evitando rozar todo lo que sea mínimamente transgresor. Si el surrealismo como tal es demasiado fuerte para alumnos de 3º de la ESO, debería escogerse otro tema para tratar en Español y en Historia del Arte. Falsificando la realidad solo lograremos adultos hastiados para los que todas las etapas del arte serán confusas y borrosas.

Este año, si algo he aprendido, es que una clase nunca debe ser aséptica. Debe cambiar, aunque solo sea un poco, la realidad de los alumnos. Ser una vivencia memorable, aunque luego muchos la olviden. Si ahora tuviese que rehacer mi Trabajo Fin de Master, mi innovación no sería algo tan triste como un injerto de viñetas en una esquina de la metodología. Sería la clase de Filosofía como espectáculo. Desde las palabras, desde las imágenes, desde la disposición del aula (cada vez me parece más importante el manejo de los espacios del aula: es la diferencia entre el éxito y el fracaso más absoluto). Desde el papel de los alumnos. La educación es un espectáculo sin cuarta pared, y hay que luchar por mantener esa espectacularidad. Esto no implica falsificar los temas ni rebajar las exigencias. Es un asunto de entusiasmo y de planificación.

viernes, 5 de abril de 2013

Jerarquías

Si el lenguaje nos da una ontología, el francés es socialmente más violento que el español. Es menos igualitario, recuerda a cada instante las diferencias de estatus. Están el madame y el monsieur, está el uso de los apellidos en vez de los nombres, está el tú en vez del vous. Con tanto melindre, el instituto es un cacao.

El lenguaje nos da esa ontología, pero la ontología no se queda en meras palabras. Chorrea desde las fórmulas de cortesía y los giros azucarados, y encharca las miradas, las palabras y las cosas. Todo muy francés. Los estratos sociales están tanto dentro como fuera del lenguaje.

La rutina convierte todo en normal. Cuando el sistema es inmóvil y cada individuo permanece dentro de su estatus, las desigualdades casi se invivibilizan. Es cuando existe un movimiento, cuando se intenta un cambio de estrato, cuando todo chirría. Esta es la crónica de la semana en la que casi fui profesora.

Una profesora de español de mi centro se jubiló. A dos meses de fin de curso y con los alumnos a monte. Desde el centro no encontraron sustituto y me propusieron para el puesto. Finalmente, encontraron a otro profesor, con más experiencia y que además podía incorporarse inmediatamente (yo no podía empezar antes de mayo porque mi contrato de auxiliar sigue vigente), así no me dieron el trabajo. Pero en los momentos en que no había sustituto a la vista y yo parecía la opción definitiva, pude verle las intimidades al sistema. Se materializaron como serios diálogos entre profesoras del departamento, que tuvieron lugar como si yo no estuviese allí. Qué osadía, la de la Dirección, a quién se le ocurre.

El estrato estaba presnte y poco importaba lo que yo dijese y en qué idioma. Era joven e inexperta, y daba igual que tuviese un mes de casi vacaciones para preparar un único mes de clases. Por suerte, algunas profesoras sí confiaron en mí, casualmente las que ya me tomaban en serio antes: me animaron a aceptar el trabajo y me ofrecieron su ayuda en caso de que la necesitase. Las otras, cuando al fin se supo que venía el sustituto, se pusieron a hablar sobre el tema dándome la espalda incluso físicamente. Sin especial maldad, pero sin ningún tacto. El francés es muy gentil, pero los franceses no siempre lo son (con esto no estoy diciendo que los españoles seamos inocentes. Lo que pasa es que ahora yo estoy en Francia).

Al sistema le cuesta trabajo diferenciar entre el ser y el estar, entre el estar trabajando como auxiliar y el ser únicamente eso. En la sala de profesores ya he visto todo lo que tenía que ver. Los alumnos no son menos, y sé que ya manejan demasiado mi nombre de pila para aprenderse también mi apellido y colgarme un "madame". Una mudanza de estrato parece crear conflictos. Menos mal que me queda muy poco para terminar mi contrato. Cuando todo el mundo se olvide de mí, podré volver a ser lo que me dé la gana.

En plein milieu de la rue.

En los quioscos franceses, al menos en los de mi ciudad, hay siempre carteles pequeñitos que anuncian un periódico con pinta sensacionalista. El cartel, que se cambia cada día, difunde en mayúsculas sobrias el que debe de ser el titular más morboso de la jornada. Cosas tipo "Enfant kidnappé retrouvé mort dans la neige". Me pregunto si el cebo no tendrá un efecto disuasorio, si a los clientes no se les caerá la cara de vergüenza al entrar a comprar tan manifiesta carnaza.

Pero esos carteles a veces tienen joyas. Sin ir más lejos, el otro día me tropecé con "Il tue a sa mère en plein milieu de la rue". Es decir "Mata a su madre en medio de la calle". Espectacular. La mitad del cartel la ocupaba el complemento circunstancial, el agravante del caso era el enclave. Mató a su madre, bueno, pero ¿en plein milieu de la rue? Desde luego, a quién se le ocurre, hay ciertas cosas que se deben hacer en privado. Estos matricidas cómo son. Mala gente, sin duda, visto que ni el urbanismo respetan...