lunes, 3 de marzo de 2014

Opositando


A veces pienso que habría que contratar a un buenista para poner orden en los temarios. A un buenista que con una teoría de teorías hiciese una división clara y distinta del campo, a una persona que colocase las lindes evitando superposiciones y tierras de nadie. Pero tal vez tanta nitidez nos condenase al más gris aburrimiento.

El temario de Filosofía español está formado por 71 temas. El temario de Español francés está formado por cuatro nociones y cuatro obras de referencia.  En el sistema español los árboles no te dejan ver el bosque. Demasiado tupidos. Preparar cada uno de esos temas de una forma sólida y profunda exigiría demasiado tiempo; se impone dar un paseo ligero y resultón. El sistema francés es justo lo contrario: el examen dura cinco horas (ellos son así), y no sacan número de tema, sino que presentan tres documentos en torno a él. Así que para prepararlo no queda otra que profundizar, investigar, trazar líneas y puentes, ligar las nociones y las obras, crear un puré difuso en el que se mezclan historia, literatura, filosofía... todo. Todo cabe, y a la vez no. La apertura es inmensa, pero el jurado la cierra. En el fondo, preparar las oposiciones francesas es un gran trabajo de psicología. 

Ni que decir tiene que es mucho más gratificante el sistema francés. Es menos memorístico, más cercano al mundo, más complejo. Tiene el magnetismo del juego, de la aventura.

¿Qué posibilidades hay de que en la próxima reforma del temario español hagan algo así? De que organicen el saber en torno a grandes núcleos, no a una retahila de capítulos. ¿Pocas? ¿Ninguna?