sábado, 15 de septiembre de 2012

Propiedad privada

Me voy de España y eso no tiene nada de especial: mi generación entera se está yendo. De hecho, sospecho que uno de los motivos por los que nos vamos para no tener que deprimirnos viendo cómo todos los demás se van. No soy original en lo de irme, pero sí en el destino. Cada mes me entero de que dos o tres personas que conozco se van, casi siempre a Londres. No al Reino Unido en general, sino a Londres en concreto. Londres parece tener un atractivo del que carecen Manchester, Edimburgo y todas las demás. Tal vez sea una cuestión física y su atractivo se deba meramente a su tamaño en densidad, pero sospecho que esa no es la razón.

Sin salir de Inglaterra, he pensado mucho en Locke mientras hacía la maleta. Porque el equipaje es la destilación de la propiedad privada, y además permite una lectura por capas que muestra qué considera vital cada individuo. Sus necesidades, deseos y proyectos. Se debe leer de más profundo a más superficial. Así, una maleta empieza con humildad, buscando la más pura supervivencia ante el frío, la mugre y las enfermedades. Pero luego, al ver que sobra espacio, empieza con cosas como un par de chorizos “porque algo habrá que echarle al potaje”. Así es la propiedad privada: parte de ella es supervivencial, pero el resto es bastante prescindible.

Me pregunto qué pensaría Locke si viese día a día a cientos de jóvenes españoles llevando su propiedad privada a cuestas.