Me voy de España y eso no tiene nada
de especial: mi generación entera se está yendo. De hecho, sospecho
que uno de los motivos por los que nos vamos para no tener que
deprimirnos viendo cómo todos los demás se van. No soy original en
lo de irme, pero sí en el destino. Cada mes me entero de que dos o
tres personas que conozco se van, casi siempre a
Londres. No al Reino Unido en general, sino a Londres en concreto. Londres parece
tener un atractivo del que carecen Manchester, Edimburgo y todas las
demás. Tal vez sea una cuestión física y su atractivo se deba meramente a su tamaño en densidad, pero sospecho que esa no es la razón.
Sin salir de Inglaterra, he pensado
mucho en Locke mientras hacía la maleta. Porque el equipaje es la
destilación de la propiedad privada, y además permite una lectura
por capas que muestra qué considera vital cada individuo. Sus
necesidades, deseos y proyectos. Se debe leer de más profundo a más
superficial. Así, una maleta empieza con humildad, buscando la más
pura supervivencia ante el frío, la mugre y las enfermedades. Pero luego, al ver que sobra espacio, empieza con cosas como un par de chorizos “porque algo habrá que echarle al
potaje”. Así es la propiedad privada: parte de ella es supervivencial,
pero el resto es bastante prescindible.
Me pregunto qué pensaría Locke si
viese día a día a cientos de jóvenes españoles llevando su
propiedad privada a cuestas.