Uno de los autores que hablaron en el
Celsius dijo en su ponencia algo que se me quedó grabado. Era una
cuestión simple, evidente, pero hubo algo en su forma de formularlo
que lo convirtió para mí en algo cercano a una verdad revelada. “En
literatura de terror”, dijo, “escoger las palabras es importante.
Porque no es lo mismo, y no suena igual “Le partió la cabeza”
que “Le partió el cráneo”.”
La frase se me quedó enganchada en la
mente, o en los sesos, aunque bien guardada. No volví a pensar en
ella hasta hace un rato, y lo que me la trajo de vuelta fue el
esquema del sistema educativo francés que estaba consultando.
Así se llaman los cursos en el sistema
español, y así se llaman en el francés:
Edad | Sistema Español | Sistema Francés |
2 a 6 6 a 7 7 a 8 8 a 9 9 a 10 10 a 11 11 a 12 12 a 13 13 a 14 14 a 15 15 a 16 16 a 17 17 a 18 |
Parvulario (ED. infantil)
1º de Primaria
2º de Primaria
3º de Primaria
4º de Primaria
5º de Primaria
6º de Primaria
1º de ESO
2º de ESO
3º de ESO
4º de ESO
1º de Bachillerato
2º de Bachillerato
|
Écolle maternelle
Cours préparatoire
Cours élémentaire 1ère année
Cours élémentaire 2e année
Cours moyen1ère année
Cours moyen 2e année
Sixième
Cinquième
Quatrième
Troisième
Seconde
Première
Terminale
|
Si el sistema español parte la cabeza,
el francés parte el cráneo. En uno y otro, los nombres que reciben
los cursos producen una sensación en el que los lee, que seguramente
sea más intensa para aquellos que además de leerlos, los viven. ¿En
qué coordenadas se está metiendo a los alumnos, al etiquetar a su
año de una forma u otra?
El conteo regresivo francés hace
pensar en la cuenta atrás que precede la salida al espacio de un
cohete o una nave. Tal vez allí los élèves sean (rápida consulta
al diccionario) vaisseaux (oh, qué lindo y qué cursi), naves que
los profesores y pedagogos, cual expertos ingenieros, han ido
conformando y cuyo despegue esperan con emocionada y cuidadosa
paciencia. Toda salida del sistema antes del cero suena,
ineludiblemente, a incompletud, a fracaso. Porque hay un final claro,
y es ese último curso. Si se acaba antes, la nave no ha despegado,
sea por defecto en el mecanismo o por desafortunado accidente.
El sistema español es justo lo
contrario. Empieza desde uno (y empieza otra vez, y otra, y otra),
así que por la naturaleza de los números naturales la cuenta puede
seguir hasta el infinito. Eso en teoría, por supuesto, porque la
muerte llega antes, incluso antes de que el curso pueda llegar a las
tres cifras. El sistema español evoca un enorme desierto, en el que
no hay un final establecido, o si lo hay puede tratarse de un
espejismo en el camino, un punto desde el que empezar de nuevo a
contar, por haber perdido ya la cuenta. El saber se presenta así
como algo inabarcable por sumamente extenso, y el aprendizaje como
algo que cuesta la vida. A cambio, salir del sistema no trae
aparejado ese poso de amargura.
Adorno decía que “En la exageración
está la verdad”, y yo estoy exagerando mucho. Muchísimo. Y por
metáforas, que es la forma más peligrosa de exagerar. No me tomen
en serio, solo son nombres y su poder es limitado. Hace falta ver, en
el mundo, cómo las etiquetas tratan a lo etiquetado. Hasta entonces,
con su auto-contención y su precisión, el sistema francés dirige
su mirada hacia el cráneo y el español, sentado en una duna, sabe
que allá arriba se encuentra la cabeza.
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