lunes, 3 de septiembre de 2012

El cohete, el desierto y el cráneo

Uno de los autores que hablaron en el Celsius dijo en su ponencia algo que se me quedó grabado. Era una cuestión simple, evidente, pero hubo algo en su forma de formularlo que lo convirtió para mí en algo cercano a una verdad revelada. “En literatura de terror”, dijo, “escoger las palabras es importante. Porque no es lo mismo, y no suena igual “Le partió la cabeza” que “Le partió el cráneo”.”

La frase se me quedó enganchada en la mente, o en los sesos, aunque bien guardada. No volví a pensar en ella hasta hace un rato, y lo que me la trajo de vuelta fue el esquema del sistema educativo francés que estaba consultando.

Así se llaman los cursos en el sistema español, y así se llaman en el francés:

Edad                                 Sistema Español                                       Sistema Francés                                 
2 a 6
6 a 7
7 a 8
8 a 9
9 a 10
10 a 11
11 a 12
12 a 13
13 a 14
14 a 15
15 a 16
16 a 17
17 a 18
Parvulario (ED. infantil)
1º de Primaria
2º de Primaria
3º de Primaria
4º de Primaria
5º de Primaria
6º de Primaria
1º de ESO
2º de ESO
3º de ESO
4º de ESO
1º de Bachillerato
2º de Bachillerato
Écolle maternelle
Cours préparatoire
Cours élémentaire 1ère année
Cours élémentaire 2e année
Cours moyen1ère année
Cours moyen 2e année
Sixième
Cinquième
Quatrième
Troisième
Seconde
Première
Terminale



Si el sistema español parte la cabeza, el francés parte el cráneo. En uno y otro, los nombres que reciben los cursos producen una sensación en el que los lee, que seguramente sea más intensa para aquellos que además de leerlos, los viven. ¿En qué coordenadas se está metiendo a los alumnos, al etiquetar a su año de una forma u otra?

El conteo regresivo francés hace pensar en la cuenta atrás que precede la salida al espacio de un cohete o una nave. Tal vez allí los élèves sean (rápida consulta al diccionario) vaisseaux (oh, qué lindo y qué cursi), naves que los profesores y pedagogos, cual expertos ingenieros, han ido conformando y cuyo despegue esperan con emocionada y cuidadosa paciencia. Toda salida del sistema antes del cero suena, ineludiblemente, a incompletud, a fracaso. Porque hay un final claro, y es ese último curso. Si se acaba antes, la nave no ha despegado, sea por defecto en el mecanismo o por desafortunado accidente.

El sistema español es justo lo contrario. Empieza desde uno (y empieza otra vez, y otra, y otra), así que por la naturaleza de los números naturales la cuenta puede seguir hasta el infinito. Eso en teoría, por supuesto, porque la muerte llega antes, incluso antes de que el curso pueda llegar a las tres cifras. El sistema español evoca un enorme desierto, en el que no hay un final establecido, o si lo hay puede tratarse de un espejismo en el camino, un punto desde el que empezar de nuevo a contar, por haber perdido ya la cuenta. El saber se presenta así como algo inabarcable por sumamente extenso, y el aprendizaje como algo que cuesta la vida. A cambio, salir del sistema no trae aparejado ese poso de amargura.

Adorno decía que “En la exageración está la verdad”, y yo estoy exagerando mucho. Muchísimo. Y por metáforas, que es la forma más peligrosa de exagerar. No me tomen en serio, solo son nombres y su poder es limitado. Hace falta ver, en el mundo, cómo las etiquetas tratan a lo etiquetado. Hasta entonces, con su auto-contención y su precisión, el sistema francés dirige su mirada hacia el cráneo y el español, sentado en una duna, sabe que allá arriba se encuentra la cabeza.

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