martes, 30 de agosto de 2016

Plazas vacantes

Cuando contemplo las plazas vacantes para el próximo curso, me siento como abriendo la carta de un restaurante. La variedad es enorme y hay muchos platos apetecibles, pero por motivos obvios no puedo comérmelo todo. Hay que escoger. El caso es que el restaurante de inicio de curso se rige por unas normas muy peculiares. Solo queda una ración de cada plato, y hay otros comensales que han llegado antes. Los camareros te exigen una lista de apetencias, por orden de preferencia. Y luego, unos días más tardes, te traerán lo que te toque y te obligarán a comerlo durante varios meses.

El proceso de petición resulta misterioso y emocionante. Se basa en las decisiones de cada cual, pero todas ellas llevan la marca del azar porque faltan datos. Da igual cuántos PEC te leas porque a lo más que llegarás es a intuir el ambiente del centro (y ni siquiera eso, si la última vez que actualizaron su web corría el año 2002). Las opiniones de antiguos compañeros de trabajo sobre los institutos por los que pasaron hay que ponerlas entre paréntesis: los centros cambian y además sus preferencias no tienen por qué corresponder con las tuyas (aún así, cómo evitar sentir temor al leer el nombre de un centro al que has oído maldecir durante todo el curso pasado). Las plazas con perfil (bilingüe, otras asignaturas, alumnado específico...) tienen un encanto especial pero lo parco de la formulación las convierte en sospechosas (por ejemplo: ¿cuántas horas de ciencias sociales tendría que dar? ¿y en qué materias? ¿y en qué cursos?). En resumen, la lista de deseos es contingente incluso para quien la elabora. Si la tuviese que rehacer, sería distinta cada vez.

La responsabilidad del interino sobre la plaza que finalmente obtenga se diluye según el número de interinos que piden por delante de él. El año pasado yo estaba más allá del puesto cien, un lugar tranquilizador que me garantizaba que pusiese lo que pusiese en mi lista, me tocarían las sobras. Mi responsabilidad era nula, ningún impulso que me hiciese cambiar la petición en el último minuto, ningún arrepentimiento. Por aquel entonces, poner por orden los puestos deseados era soñar con mundos ficticios, una simulación deliciosa en que me vestía con ropas ajenas. Este año es diferente: estando más acá del puesto cincuenta, es probable que me den lo que pida, sobre todo si inadvertidamente pido las plazas de las que los interinos más informados que yo están huyendo. La responsabilidad sobre el propio destino (en los dos sentidos del término) está bien perfilada. Por eso me sorprendo deseando que no me den mi primera opción, sino la tercera o la cuarta, es decir, las que por su perfil particular me hubiesen tocado si siguiese en aquel maravilloso puesto ciento-y-pico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario