miércoles, 17 de agosto de 2016

A pie

Veraneo en A, un lugar que no está lejos del mar pero tampoco lo tiene en el horizonte. La playa no está dada a escala organoléptica, vamos. Llegar en bus lleva un rato largo caracterizado por el calor, las paradas y la adolescencia. El coche es mucho más cómodo, pero trae consigo cierta desesperación a la hora de aparcar. De una u otra forma, la playa se perfila como un mundo aislado y lejano solo accesible a través de una máquina que circule sobre ruedas.

El otro día fui andando a la playa, algo que no había hecho desde que tenía dieciséis años. Cuando, una hora después, metí un pie en el agua, me di cuenta con estupefacción de que vivía en una ciudad costera. Por alguna razón mágica, si salía de casa en A y caminaba durante una hora, llegaba al mar. Cuando vivía en  Z, si salía de casa y caminaba durante una hora llegaba a la estación de autobuses. Algo, para qué negarlo, mucho menos evocador.

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