sábado, 15 de octubre de 2016

Alfabetización

De manera imprevista e improvisada, ayer estuve dando clases de alfabetización para inmigrantes. La verdad es que nunca me vi muy capaz de enseñar a leer y a escribir; en magisterio solo aprendí unas cuantas generalidades, sobre todo porque escogí hacer las prácticas en cursos altos de primaria, un poco espinada por esa manera que tienen los niños de seis años de jalearse a sí mismos mientras hacen la tarea y de levantar la mano para decir lo primero que se les venga a la cabeza sobre cualquier tema al azar.

Mis alumnos de anoche eran pocos, aplicados y tremendamente agradecidos. Un placer. El momento álgido fue cuando me puse a escribir frases sencillitas en la pizarra, en mayúsculas y con mi mejor caligrafía, mientras oía a mis espaldas cómo iban descifrando los jeroglíficos, a fuerza de mil tanteos, todos a la vez pero desorganizadamente, como una temblorosa inteligencia colectiva, hasta que los sonidos se convertían en palabras, y las palabras (ese momento era perceptible por el entusiasmo con que de repente se pronunciaban) se convertían en objetos y acciones. De la tinta se va a la idea a través de un camino lleno de baches, aunque a fuerza de recorrerlo lo hayamos hecho transitable.

A veces nos olvidamos de lo precario que es el sentido.

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