Leo en los periódicos
(aún no me he enfrentado con el texto legal pero está en mi lista de
tareas pendientes) que la Ética ha muerto. La reforma
educativa se carga varias asignaturas que suelen recaer sobre el
departamento de Filosofía, pero el asesinato de la Ética ha sido el
único que verdaderamente me ha asqueado, que me ha parecido
lamentable más allá de lo laboral.
Es imposible ignorarlo:
hay una meta-pregunta deliciosa que está pugnando por salir. Démosle
ese gusto: ¿es buena, la Ética?
La respuesta aburre:
por supuesto, depende, como todo. Pero, como mínimo, una Ética bien
impartida consigue enseñar a escribir, y siempre es
bueno que esa responsabilidad recaiga en en algún sitio más que en
la materia de Lengua Castellana y Literatura. Aunque solo sea para
variar de campo.
¿La Ética, entonces,
solo interesa como laboratorio de experimentos lingüísticos? Si así
fuese, no merecería la pena lllorar su muerte. Tampoco como territorio para enseñar convivencia, para cohesionar, para dar cultura general. Eso se puede hacer en otros entornos (aunque casi nunca se hace). Los procedimentales y actitudinales se pueden dispersar por otras asignaturas. Para defender a la Ética hay que defender sus contenidos propios, los conceptuales.
Pienso que lo lamentable de que
desaparezcan a la Ética es que al hacerlo aplastan un pedazo de la
Filosofía. Y es triste ver como aprietan y maltratan a la Filosofía,
igual que es triste ver cómo machacan a alguien a quien quieres. Una
tristeza compasiva, o empática, que ahora suena mejor.
Si la Ética es una
parte del cuerpo de la Filosofía, esa parte es la nariz. La Ética
es andar metiendo las narices o andar tocando las narices, siempre
con cierto tonillo moralista. La imposibilidad de una fundamentación
final le afecta más que a otras partes de la Filosofía, porque la
Ética, a diferencia de la Metafísica y otros órganos, no puede
permitirse ser poética. Lo necesario para la vida actúa “como
piedra de toque”, que se suele decir, y le da una pátina mundanal
que la trivializa constantemente. Las teorías se ven afectadas por
ejemplos cotidianos, y eso apesta. No siempre, por supuesto: a veces
la Ética logra elevarse. Pero, en general, si fuese una cometa
resultaría demasiado pesada.
El principal interés
de la Ética es que era el primero de los ataques oficiales contra la
estructura de claridad y orden que las ciencias y las formas de vida se habían ocupado de
sembrar. Era el comienzo del retorno a la ingenuidad, o si se quiere
la pérdida de la peor de las ingenuidades: la de los dogmas y la
estrechez de miras. La Ética enseñaba a pensar (desde lo cercano y lo opinable) en las fisuras, para así estar bien entrenados al año siguiente en Filosofía, cuando esas fisuras se convirtiesen en grietas más
difíciles de ver pero más grandes y más peligrosas.
El asunto de la
pérdida-ganancia de ingenuidad tiene su miga. Creo que la Filosofía, como
carrera, deja esas secuelas de un modo más acusado. Tras pasar por ella estamos
un poco a vuelta de todo, pero somos los más esperanzados. Miramos a
los cielos esperando ese milagro que, lo sabemos, no va a ocurrir.
Vivimos de matar la ilusión y de sembrarla, a cada día, a cada
instante, en un viaje infinito a ninguna parte y a todas. Todo es
igual, todo es distinto. Todo es relevante, pero siempre dentro de lo
vano. Y llega el vértigo, y casi el pavor, pero no dura ni un
instante. Justo entonces vemos que el suelo sigue sosteniendo
nuestros pies.Y que hemos estado a punto de pisar una cagada de
perro.