Si creemos a estas voces, Madrid es el que es. Existe más que ninguna otra cosa en el mundo. Y por eso mismo existe menos, o existe raro, de una forma inquietante. Tiene sabor a distopía, o a alucinación colectiva, con una gran densidad ontológica pero que exige un acto de fe.
Cuando se vive en cualquier otro lugar del país, Madrid está siempre presente y siempre mediado. Ajeno al mundo vulgar de las provincias, no está dado a escala organoléptica. De ahí que vivir en Madrid en cuerpo, y no solo en alma (en alma siempre, a la fuerza, estamos), sea una experiencia tan extraña. Dar un paso por cualquier calle del interior de la M-30 implica tropezarse con los edificios donde se hacen las cosas que no pensamos que se hicieran en ninguna parte. Las fábricas de lo que es.
¿Cómo hemos llegado aquí, a la sede de las esencias? Tiene algo de experiencia post mortem. Y está el eslogan, por supuesto, confirmando nuestras sospechas. E intentando desmentirlas. "De Madrid al cielo", que dicen. Pero no es exageración. Es coartada.
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