sábado, 2 de noviembre de 2019

Madrid no existe

A mí no me engañáis, sé bien que Madrid no existe. Es una construcción ficticia hecha a retales. Emerge de los decorados de las noticias de los periódicos; de los apartados de correos de empresas gaseosas (como todas las que son grandes), de las instituciones que se escriben con mayúscula, de buena parte del cine español y la mitad de lo que muestran sus géneros menores (programas, informativos, publicidad). 

Si creemos a estas voces, Madrid es el que es. Existe más que ninguna otra cosa en el mundo. Y por eso mismo existe menos, o existe raro, de una forma inquietante. Tiene sabor a distopía, o a alucinación colectiva, con una gran densidad ontológica pero que exige un acto de fe. 

Cuando se vive en cualquier otro lugar del país, Madrid está siempre presente y siempre mediado.  Ajeno al mundo vulgar de las provincias, no está dado a escala organoléptica. De ahí que vivir en Madrid en cuerpo, y no solo en alma (en alma siempre, a la fuerza, estamos), sea una experiencia tan extraña. Dar un paso por cualquier calle del interior de la M-30 implica tropezarse con los edificios donde se hacen las cosas que no pensamos que se hicieran en ninguna parte. Las fábricas de lo que es. 

¿Cómo hemos llegado aquí, a la sede de las esencias? Tiene algo de experiencia post mortem. Y está el eslogan, por supuesto, confirmando nuestras sospechas. E intentando desmentirlas. "De Madrid al cielo", que dicen. Pero no es exageración. Es coartada.

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