viernes, 14 de agosto de 2015

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A veces es imposible evitar la sensación de que nos alimentamos de horas de trabajo ajenas. Que cuando leemos un libro o vemos una película, escuchamos una charla o miramos un bote de champú estamos absorbiendo el tiempo y el esfuerzo dedicados a imaginarlos, a planificarlos, a crearlos y a perfilarlos.

Claro que por el camino la energía adelgaza: los meses de trabajo se convierten en segundos, en minutos, o como mucho en horas de disfrute por parte del usuario. Pero aunque este sólo reciba una parte mínima del trabajo creativo, la intensidad de esa parte puede ser enorme. Además, multiplicando los espectadores podemos recuperar el tiempo invertido, e incluso sobrepasarlo. Podemos luchar contra la futilidad del trabajo, evitar que la energía se disipe, conservarla y multiplicarla dentro del sistema. 

Lo siento, entropía, hemos ganado.