A veces es imposible evitar la sensación de que nos
alimentamos de horas de trabajo ajenas. Que cuando leemos un libro o vemos una película,
escuchamos una charla o miramos un bote de champú estamos absorbiendo el tiempo y el esfuerzo
dedicados a imaginarlos, a planificarlos, a crearlos y a perfilarlos.
Claro que por el camino la energía adelgaza: los meses de
trabajo se convierten en segundos, en minutos, o como mucho en horas de disfrute
por parte del usuario. Pero aunque este sólo reciba una parte mínima del
trabajo creativo, la intensidad de esa parte puede ser enorme. Además,
multiplicando los espectadores podemos recuperar el tiempo invertido, e incluso
sobrepasarlo. Podemos luchar contra la futilidad del trabajo, evitar que la
energía se disipe, conservarla y multiplicarla dentro del sistema.
Lo siento,
entropía, hemos ganado.