viernes, 17 de abril de 2015

Identidades extranjeras

Vivir en otro país es más fácil que vivir en el propio. Sobre todo si se trata de un país lo suficientemente parecido y lo suficientemente diferente. Entonces, la extranjería se convierte en un passe-partout, una llave maestra. Ser forastero excusa de antemano la estridencia, es un bálsamo para los golpes accidentales. Acuna. Actúa de escudo, de filtro y de almohada. Todo extranjero aprende a ocultar la torpeza entre los pliegues del lenguaje, a convertirse en un enigma para que el nativo lo resuelva.

Las palabras tienen una holgura que disculpa los errores; la diferencia cultural se encarga de hacer la otra mitad del trabajo. A los nativos les parecerá bien todo lo que sea coherente y amable. Y, si misteriosamente algo se toma mal, el forastero siempre podrá salir esencialmente indemne achacando el problema a las trampas del lenguaje o a la la estrechez de miras de los otros.

Bajo una libertad sin angustias, la autobiografía se va escribiendo como si fuese una novela épica. Tal vez solo así, velándose con las palabras pero sin máscaras ni pasado ( haber nacido ayer es requisito de juventud), se pueda crear una identidad. Porque no existe el peligro de la extravagancia. L'étranger, el extranjero, el extraño, ya lo es, por definición.