sábado, 7 de junio de 2014

Neonomadismos

Soy nómada. Y la mitad de mi generación también lo es. La otra mitad no, ellos siguen anclados en el sedentarismo tradicional. Nuestro nomadismo no es una vuelta al pasado prístino de los bisontes y las frutas silvestre. No vestimos raro ni descuidamos la higiene (afortunadamente), así que no nos diferenciamos de un sedentario cualquiera hasta que él o nosotros abrimos la boca. Cuando eso sucede, ni lo comprendemos ni nos comprende.

Los neonómadas comenzamos nuestra vida de cero un par de veces al año. Lo que nos mueve es siempre el trabajo aunque, todo hay que decirlo, el trabajo es muchas veces nuestra excusa. Tener un empleo lejos una estupenda manera de marcharse: nos da seguridad económica, algo que hacer y una respetabilidad social que no veas. Además (y casi es la razón principal) buscar un nuevo destino nos libera de padecer la inminente partida de todos los amigos neonómadas que hemos hecho aquí.

Para nosotros viajar ha dejado de ser algo trascendental y místico: nos sabemos todas las tarifas, conexiones y planes de ahorro de cuatro o cinco medios de transporte. Nos quedamos sopa en el tren con la tranquilidad de saber que no se nos pasará la parada. Nuestra maleta es cada vez más pequeña, más reducida, más destilada. En vacaciones visitamos a otros neonómadas, haciendo el que tal vez sea el tipo de turismo más profundo: el turismo del nativo. Nos integramos en la rutina de nuestros amigos, hacemos lo que hacen, sentimos lo que sienten, vemos la ciudad a través de sus ojos, que la saben mirar mejor. Para los turistas tradicionales todas las ciudades se parecen (y se parecen más cuanto más alta sea la categoría de su hotel); nosotros no somos esos guiris que van de museo en museo, no sentimos aquel temor de desaprovechar el tiempo por dejar sin ver una ruina o una reliquia.

Nuestro mayor defecto es la tendencia a indignarnos. Nos indignamos cuando en Asturias una sedentaria nos dice que lleva diez años sin ver a buena una amiga que vive en Galicia. Nos indignamos cuando una pareja de sedentarios crea un drama de telenovela por tener que estar sin verse durante un mes. Nos indignamos cada vez que un sedentario se lamenta de la aridez de su terruño laboral. Y nos volvemos proselitistas, intentando convertirles al neonomadismo, fracasando siempre. Los sedentarios ni siquiera salen de su casa para venir a hacernos una visita. 

Los neonómadas no sabemos si alguna vez querremos o podremos ser sedentarios. Estemos donde estemos, notamos que algo que nos falta, y movernos sin parar es una forma de luchar contra esa sensación de pérdida. De todas maneras, nunca llegamos a caer en la melancolía porque sabemos que sería inútil. Eso que añoramos casi nunca existe ya, es tan hijo del tiempo como del espacio. Igual que nosotros.

La única forma que tenemos de reunir a toda la gente a la que queremos es Internet. Nuestra patria debe de estar en algún lugar entre Facebook, Gmail, Skype y Whatsapp. De vez en cuando entramos en Google Maps y con el street view recorremos las calles de aquellos lugares que una vez fueron nuestros. Aterrizamos en un punto cualquiera de la ciudad y, paso a paso, vamos dirigiéndonos hacia nuestro hogar, sorprendidos de encontrar detalles que habíamos olvidado pero que estaban cargados de significado. Y creemos ver caras y oír voces, nos quema el sol, nos hace daño un zapato. Entonces nos sentimos viejos, nos sentimos locos, nos sentimos muertos, y renacidos, y muertos otra vez en una infinita concatenación de vidas.