sábado, 27 de febrero de 2016

Enseñanzas medias

En ninguna asignatura disfruto tanto como en Ética. La vaguedad del programa obliga a darle un enfoque personal y permite la mayor libertad. Sus dos horas semanales le dan una respetabilidad de la que Valores Éticos carece. Y la edad de los alumnos crea una combinación fascinante entre inocencia y sabiduría caótica.

En Ética tenemos libro de texto. Desde que empezó el curso, lo he usado dos veces por aquello del qué dirán. Tras el segundo uso, pedí a los alumnos que no volviesen a traerlo. Ojalá lo pierdan. El libro emite unos gases perniciosos que afectan a su entendimiento. En cuanto lo abren, alumnos que razonaban bien se vuelven bobos, leen sin entonar ni comprender, repiten sin sentimientos. Los efluvios del libro son los efluvios de un cuerpo muerto, las sonrisas que decoran sus páginas están en boca de cadáveres. El libro de texto de ética no tiene malicia ni ironía; es un dogmático sin autoestima que, aunque pretende mostrar la verdad revelada, en el fondo sabe que se la está inventando.

Todo lo contrario a los documentos auténticos. Ellos plantean un enigma únicamente resoluble tras un enfrentamiento directo, una lucha épica. Estos documentos están, o bien en un mundo elevado (clásicos) o en un mundo inferior (cómic, canción, programa donde en realidad habla de otra cosa, artículo, juego de rol, cuento...). Al trabajarlos en clase, el mundo elevado desciende y el mundo inferior asciende, en un movimiento que da sentido a ese precioso apelativo de "enseñanzas medias". La clase se desarrolla siempre en este mundo intermedio.

El profesor no es el encargado ni de subir ni de bajar mundos. Es el encargado de escoger lo más fácilmente subible y lo más fácilmente bajable, y de pinchar a los alumnos para que acudan a esos mundos vecinos para tapar las grietas del propio. Tanto para escoger documentos como para pinchar hace falta ser un poco malvado. Ser irónico, exagerar, hacer afirmaciones sumamente polémicas, vivir en la paradoja. Se trata de suscitar una reacción (o de desencadenarla: es una reacción en cadena). Esto no implica que se evite la belleza, al contrario. Los recursos serán bonitos o no serán: los textos serán lo más literarios posible, las imágenes, de buena calidad; los cortos estarán hechos por gente habilidosa. El epos no queda fuera, se utiliza para magnificar las tesis contra las que habrá que luchar para apuntalar ese mundo intermedio que no deja de tambalearse.

¿Qué puede añadir el libro de texto a este juego de tensiones y batallas? Nada, absolutamente nada. El libro muestra un mundo intermedio sólido y carente de conflictos. Sin grietas pero cuyas ventanas dan a un patio interior. La crítica al libro de texto es extensible al docente que se convierte a sí mismo en la versión hablada del libro de texto, cuyas clases consisten en peoratas sobre cuestiones que a los alumnos no les interesan porque nada les ha hecho interesarse por ellas. Es el fascinante caso del profesor-audiolibro, que en ciertas asignaturas de ciertos niveles educativos puede tener sentido pero que aquí no tiene ninguno. Instala a los alumnos en ese mismo mundo gris donde no hay tensiones, no hay retos, nada impulsa al movimiento. Todas las respuestas están dadas y solo cabe la repetición. Se impone el inmovilismo, o como mucho el escepticismo, en forma de reacción alérgica.

Si en todos los centros las clases de Ética se desarrollasen en ese mundo gris, la desaparición de la asignatura sería una buena noticia. Pero no es así, y la emoción de estas batallas hace que su pérdida sea más que lamentable.

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