Hace muchos años, leí un libro
titulado “La Cultura, todo lo que hay que saber”. El autor era
alemán, y se apellidaba (acabo de buscarlo) Schwanitz . Defendía
que las reuniones de intelectuales no son más que un juego pedante
en el que todos simulan sapiencia sin saber, en realidad, casi nada. Como todos los juegos, tenía sus normas y sus estrategias, que convenía tener en
cuenta para no quedar como un idiota. Él
las explicaba.
El libro me pareció delicioso por
varios motivos. El primero, porque ver a la cultura desde ese ángulo
era una transgresión en toda regla. Acababa de destronar a la reina.
El segundo, porque me fascinaba imaginarme una reunión como las que
describía el libro. Yo tenía unos quince años, y los intelectuales eran
aún una especie misteriosa y desconocida. Me parecía increíble pensar que un
grupo de personas pudieran reunirse para jugar a ese juego sin
tablero. En boca de todos, sólo la Cultura,
eso que a todos atañe y a nadie en concreto. Tuve ganas de
participar en una reunión de ese tipo o, al menos, de espiarla.
Cuando casi lo había olvidado, mi
deseo se ha cumplido. Hace poco me invitaron a una soirée Cultural.
Tanto la anfitriona como los participantes eran gente extremadamente
cordial y agradable. Se podía palpar que eran intelectuales de la
más pura casta: gente de ciencias y letras, de diversas
nacionalidades, casi todos políglotas y con cultura general a la vez
que específica.Las conversaciones versaban sobre Cultura (casi se veía la C mayúscula). Hasta el mantel rezumaba Cultura,
cargado con una comida que hacía juego con la temática de la
conferencia que uno de los invitados iba a intercalar entre lo salado
y los postres.
Jugar al juego de la Cultura fue una
experiencia interesante. Al contrario de la imagen que arrojaba
Schwanitz, me pareció sencillo y asequible. Y, ahora puedo
decirlo, lo aborrezco.
Detesto esa charla aséptica y devota,
en la que todo es bueno e interesante, en la que las emociones y los
intereses están fuera de lugar ante la grandeza del tema a tratar.
Para mí la cultura es otra cosa. Es algo más impuro y manchado, más
vivo. La cultura está hecha para recoger la mofa. Y el odio, el amor
y el desinterés. Para expresar el “yo” y crear una complicidad
que envuelva al “nosotros” (una complicidad que se puede basar
perfectamente en la discrepancia).
La cultura no está en un mundo
ideal, ante el que sólo cabe la contemplación. Forma parte del mundanal ruido, y hay
que sentirla, hay que manosearla. La pasión y la acción son
indispensables. Si no, la deshumanización es manifiesta.